jueves, 23 de febrero de 2012

Encuentro entre un dominguero y un soñador de identidad



Recientemente tuve la oportunidad de visitar Cuba por primera vez. Lo cierto es que soy de esas personas que, antes de emprender un viaje, tratan de averiguar todas las cosas que pueden sobre el lugar. Por descontado, hacerse con un mapa de la ciudad es sólo el primer eslabón. Mi labor de documentación pasa por conversar con aquellas personas que viajaron allí recientemente y dejarme aconsejar en función de sus testimonios. Pero me gusta ir un poquito más allá. Indagar sobre la cultura, la historia y las gentes.

Sin embargo, por estar más ocupado que de costumbre, y por mi legendaria tendencia a la desorganización, esta vez no pude preparar mi estancia en La Habana con la dedicación previa que me hubiera gustado. Me planté allí, dispuesto a la aventura, guiado por las cuatro indicaciones, cortesía de familiares y amigos, que acerté a retener en la memoria. Y poco más…

Tampoco quiero extenderme ni irme del tema, pero he de reconocer que también llevaba en el zurrón la eterna sombra de Fidel y la certeza de ver al Che por cada esquina. Quizás por eso sufrí una bofetada de ignorancia al llegar a la plaza de la Revolución, epicentro y santuario del régimen comunista. “Vale, ese es Guevara”, identifiqué en la fachada del edificio de Inteligencia. “A ese otro no lo conozco”, reconocí mirando el ministerio de Comunicación. Pero… ¡Quién rayos era el tipo al que está dedicado el monumento principal de la plaza! El más alto, estrambótico e imponente de toda la ciudad.

Con tono inaudible, alejado del radar de mis compañeros, y una mezcla entre avergonzado y extrañado, pregunté al taxista. “Es José Martí, el que les echó a ustedes de aquí”, me respondió.

Por poner una excusa, siendo mi país España, es normal que no conociera a un “villano” que nos jodió hace mil años. Más aún cuando su ofensa no guarda relación con la preocupación nacional: el fútbol, por supuesto. Si me dicen Al-Ghandour o Tassotti, aún. Que nos mandaron a casa en dos mundiales. Pero, ¿Martí? Ni idea.

Mi sorpresa fue en aumento cuando, de vuelta en casa, comencé a trastear por la red. Siendo sinceros, esperaba encontrar un guerrillero paleto, acorralado y tan asfixiado por la metrópoli que no le quedó más remedio que rebelarse antes de morir de hambre o agotamiento. ¿Qué es lo primero que encuentro? Una página de literatura dedicada a sus ensayos y poesías. ¡Segunda bofetada!

José Julián Martí Pérez nació en La Habana el 28 de enero de 1853. Y además de darnos gorrazos por estar mandando en una isla que no era nuestra, también fue pensador, periodista, filósofo y poeta encuadrado dentro del modernismo junto a Rubén Darío o Manuel González Prada. En efecto, los perfiles y obituarios dicen que fue el creador del Partido Revolucionario Cubano. Pero para sus compatriotas fue algo más. “El maestro” o “el apóstol de la independencia” son dos de sus apodos. Martí fue, ni más ni menos, que el inventor de la nacionalidad cubana.

Durante su juventud, José Martí fue encarcelado y posteriormente deportado a España al interceptarse un correo con su nombre en el que se intuían actitudes contrarias a los intereses del otro lado del Atlántico. Estudió en Madrid y Zaragoza y obtuvo las licenciaturas en Derecho Civil y en Filosofía y Letras. Allí (aquí) escribió El presidio político en Cuba (1871), que narra la crudeza de sus vivencias en la cárcel de su país. París y Nueva York fueron sus siguientes estaciones vitales. Curiosamente, es desde la capital del mundo, cuna del capitalismo, cuando comenzó a mandar sus ensayos y reflexiones a los grandes diarios de Latinoamérica.

Martí tenía el sueño de un continente unido, formado por naciones hermanas que fueran capaces de garantizar la libertad de los pueblos y expulsar a los gobiernos extranjeros. Su pensar queda plasmado en una de sus muchas frases al respecto: "Buscamos la solidaridad no como un fin sino como un medio encaminado a lograr que nuestra América cumpla su misión universal", dijo.

Ya casado, y con su único hijo en los albores de la vida, logró regresar a Cuba e instalarse en su ciudad natal. Un hombre que afirma sin titubear que "ver con calma un crimen es cometerlo”, no puede mantenerse ajeno a la realidad de su pueblo. José Martí decidió pasar a la oposición activa y, desde la clandestinidad, fundó y dirigió el Club Central Revolucionario Cubano. Para su desgracia, un nuevo alzamiento fracasado en Santiago de Cuba provocó su segunda deportación.

De nuevo en Estados Unidos, retoma la escritura. Sus crónicas y reflexiones alcanzan gran repercusión y son publicadas por La Opinión Nacional, de Caracas; La Nación, de Buenos Aires o El Partido Liberal, de México. Su mensaje, simpatizante y cargado de esperanza para las clases más humildes, aboga sin embargo por puentes que refuercen la sociedad. Sin fragmentación o exclusión: "El derecho del obrero no puede ser nunca el odio al capital; es la armonía, la conciliación, el acercamiento común de uno y del otro". Palabras de Martí de las que no es difícil comprender la fuerza y calado que pueden tener en una sociedad que sueña con dirigir su destino.

Pero no sólo de ideas se construye el futuro. José Martí lo sabía. En su discurso había un elemento que se repetía una y mil veces: la educación. Entendía que un pueblo que no es culto jamás puede ser realmente libre. Antes de emprender su última vuelta a Cuba, se trasladó a Venezuela y predicó con el ejemplo. Allí fundó una revista cultural y didáctica dirigida a niños y jóvenes. Además, durante esta etapa de su vida, escribió su poesía más leída, Ismaelillo (1882), y Versos Sencillos (algunos afirman que este es el orígen de la célebre Guantalamera).

A pesar de estar en el exilio, Martí siguió dirigiendo el Partido Revolucionario Cubano. Desde Venezuela organizó y coordinó la ofensiva definitiva para expulsar a las fuerzas españolas de Cuba. Tras una intentona fallida, arribó a la costa cubana en enero de 1985. Con el plan de operaciones bajo el brazo, se firmó la orden de alzamiento y las tropas rebeldes la secundaron. Apenas cinco meses después, José Martí halló la muerte a manos del ejército español durante un combate en la zona de Dos Ríos.

Me gustaría ser capaz de dar un buen broche final a este pequeño perfil. De hecho, lo he intentado, pero sin éxito. Soy consciente de que en esta vida no es oro todo lo que reluce. Quería dar vueltas a esta idea y dejar en el aire que, con toda seguridad, habrá caras B de esta historia. No obstante, nada estaba a la altura de otra de las frases de Martí que he hallado durante mi encuentro con este soñador de identidad: "El único autógrafo digno de un hombre es el que deja escrito con sus obras”.

…y, para los insatisfechos, lanzo estas dos de propina:

"Todo está dicho ya; pero las cosas, cada vez que son sinceras, son nuevas."

"Raro don es la justicia. Todo hombre tiene un poco de león, y quiere para sí en la vida la parte del león. Se queja de la opresión ajena; pero apenas puede oprimir, oprime. Clama contra el monopolio ajeno; pero apenas puede monopolizar, monopoliza: No en balde, cuando el libro de los hebreos quería dar nombre a un varón admirable lo llamaba "un justo".



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La página de José Martí