Un fuerte abrazo a Pablo García-Mancha, periodista de Diario La Rioja, que fue acosado e intimidado por ejercer su profesión.
Harto de las contradicciones que se dan ahí fuera. Cansado de ver como hay quien se empeña en volar puentes en vez de tratar de construirlos. Y que le den a la reforma, a las camisetas y a los rencores. Es difícil, ya sé, pero será sólo un momento. Porque aquí se nos hincha el pecho hablando de progreso cuando en realidad falla lo más importante para que ese concepto tenga sentido: civismo. Sin él, la convivencia social es imposible. ¿Dónde queda ese enarbolado sentimiento democrático cuando miles de ciudadanos son reprimidos y vilipendiados por hacer uso de su libertad?
Amenazar con “una conflictividad social creciente”. Después de lo de ayer ese es el principal mensaje enviado por papá y mamá. Como ciudadano, me parece estremecedor. ¿Quiénes se creen que son para cuestionar la paz social? Esta proclama saca a luz una aplastante realidad. Se da a entender que las cosas no se consiguen discutiendo, sino imponiendo. Y aún más terrible es ver cuajar el discurso.
No hace falta irse a la batalla de Barcelona ni quedarse con la militancia empalagosa de Willy Toledo. Son ramas que no dejan ver el incendiado bosque. Lo intolerable, lo que remueve las entrañas, son las pequeñas enormes injusticias cometidas contra los trabajadores anónimos que deciden acudir a su puesto. O contra los autónomos que, ajenos a sindicatos y patronales, optan por ignorar un tinglado que ni les va ni les viene. O contra los chavales de 12 años que van al cole, que es donde deben estar. O contra…
Ya se sabe que al cobijo de la masa nos volvemos el Capitán Trueno. Más cuando el manual que nos pasan establece la estandarización y normalización de ciertas actitudes. Sin una cultura del respeto que a día de hoy no existe en España, la violencia aflora irremediablemente. Por favor, pido desde aquí que se retire la coletilla “informativo” a los piquetes. Cada insulto, cada cerradura impregnada de silicona, cada empujón, cada amenaza, cada coacción, cada reproche y, por descontado, cada ostia, es una puñalada a la libertad y la igualdad. Un fracaso de todos. Y el que se congratule de lo sucedido ayer, para bien o para mal, tiene un problema.
Cada cual tendrá su opinión, faltaría más. La mía es que resulta ridículo ver a los que condenan una situación creada a raíz del cierre de empresas aplaudiendo y jaleando como posesos cada persiana que “cierran” a la fuerza. Pasándose el derecho ciudadano y los valores democráticos por el forro de los cojones. ¡Menuda victoria!
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