David Lodge, autor de obras como La caída del Museo Británico, Fuera del cascarón o Terapia, da un auténtico repaso en Trapos sucios al lado más oscuro del periodismo y la literatura. Un universo que mezcla y llena páginas con dosis de sensacionalismo, “famoseo”, egos inflados y fachadas artificiales.
El autor construye su historia cimentándola en cuatro estereotipos: Sam, un guionista que a pesar de sus ideas planas ha alcanzado el éxito, Adrian, un novelista brillante caído en el olvido recluido de la vida pública junto a su comprensiva y desvivida mujer, Eleanor, y una joven y ambiciosa periodista, Fanny Tarrant, que busca hacerse un nombre lo más rápidamente posible.
El relato es una crítica abierta a la falta de ética y valores de la prensa sensacionalista. Desde los propios personajes que inundan portadas y programas de televisión para llenar el buche y que más tarde, cuando les interesa, reclaman y proclaman su derecho a la intimidad y denuncian públicamente el acoso al que están sometidos por los medios. Hasta los profesionales dedicados a este campo, que dejan de lado toda ética moral para llevar a cabo su trabajo y bucean en las aguas más pantanosas de sus víctimas. Sin olvidar al público que alimenta su tiempo de ocio con estas historias, como si de personajes y no de personas se tratara.
Trapos sucios ofrece al lector múltiples situaciones de las que se pueden extraer numerosas lecturas interesantes. Haciendo hincapié en el papel que la suma de egos, tanto de periodistas como de aquellos que participan de este tablero, juegan a la hora de construir las historias. Especialmente interesante es la reflexión que plantea el autor sobre el género de la entrevista. Posiblemente, y en contra de lo que el lector pueda pensar, se trate del género periodístico más subjetivo que existe puesto que el entrevistado se encuentra totalmente a merced del entrevistador desde que este último haya siquiera formulado la primera de sus preguntas. Sólo con la selección de estas puede cambiar totalmente la imagen del protagonista. Por eso entra en juego el poder de seducción y atracción. La capacidad que ambos tengan para llevar al otro a su terreno.
Tampoco deja pasar de largo el cinismo y la superficialidad que rodea este mundillo. Donde la opinión es gratuita y todo vale para vender. Papel y producto, ambos. El periodista tiene en su poder moldear y crear la imagen que el personaje proyecta en la opinión pública. Y lamentablemente, vende mucho más un fracaso que un éxito. Un ídolo caído envuelto en escándalos que aquellos que alcanzan notoriedad y éxito únicamente por su trabajo y sus méritos. El morbo es un componente esencial y que está presente en el genoma de nuestra especie. Tendemos a demonizar y endiosar con suma facilidad. Pero todo esto que nos parece tan banal y poco serio, algo que nos entretiene y nos saca del hastío, puede explotarnos en la cara. Cuando algo ocurre y explota la burbuja, vemos de golpe a la persona, y no al personaje. Entonces es muy fácil y hasta humano llevarse las manos a la cabeza. Somos así, no hay vuelta de hoja. Sólo así reflexionamos acerca de ello. Aunque sea hasta el próximo suplemento del siguiente domingo. Una nueva historia. Un nuevo protagonista.
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