jueves, 15 de diciembre de 2011

Informe sobre la cobertura de prensa de la cornada sufrida por Juan José Padilla

Trabajo realizado por Daniel Álvarez, Isaac Avilés, Marta Artiach, Jaime Aróstegui, Eduardo Herrero, Alejandro Bolea y Carlos Gracia, alumnos de 4º Grado en Periodismo de la Universidad San Jorge de Zaragoza, para la asignatura de Métodos y Técnicas de Investigación Social impartida por la profesora Carmela García.

Para desarrollar la investigación, basada en el análisis de contenido, se procedió al análisis de las noticias publicadas entre los días 8 y 20 de octubre en las ediciones impresas de El País, El Mundo, Heraldo de Aragón y El Periódico de Aragón.





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sábado, 10 de diciembre de 2011

El hombre pálido


Una fantasmagórica figura preside inerte la mesa sobre la que está servido un festín propio de reyes. El silencio embriaga la tenebrosa estancia que respira calma tensa. Algunos confundirían esa sensación con una falsa paz. Ofelia, que sufre en sus carnes el hambre que arrastró la posguerra española, avanza milimétricamente sin quitar la vista de un racimo de jugosas uvas. Y es al llevar a su boca el fruto cuando la bestia despierta ¡El hombre pálido!

El extraño ser vuelve a la vida al percibir que un ente inferior, una niña, está alimentándose con sus manjares. No repara en la hambruna de la pequeña, pues el hombre pálido no ve con los ojos de su corazón, sino con los de sus codiciosas manos. Ofelia, indefensa y aterrada, emprende la huída perseguida por la criatura, que no duda en devorar a quienes tratan de ayudarla.

Esta inconfundible escena de El laberinto del Fauno guarda un tétrico paralelismo con el gobierno que durante 30 años ha sido ejercido en Egipto. Y más concretamente con el hacer de su presidente: Hosni Mubarak. Un hombre que llegó al poder siendo la esperanza de su pueblo. Un hombre que hasta el pasado 25 de enero creyó que verdaderamente lo era a base de absorber sus propias mentiras. “La verdadera victoria es la victoria de la democracia y el pluralismo”, dijo en una ocasión. Su pueblo lo derrocó, precisamente, en defensa de los mismos valores que pregonaba.

La historia de Muhammad Ḥusnī Sayyid Mubārak comienza en Kafr-El Meselha el 4 de mayo de 1928. Una vida que transcurre por las vías de la cotidianeidad hasta que en 1950 el joven Mubarak toma la decisión de ingresar en la academia de la Fuerza Aérea Egipcia. Allí obtiene el título de Ciencias Militares y se destapa como un excelente piloto de combate. Tanto es así, que deciden enviarlo a la URSS para que perfeccione su pericia.

Por aquellos años, el país de las pirámides es testigo de importantes sucesos que marcarán el devenir de su historia. En 1952 se produce el golpe de estado que derroca al rey Faruk I y que encumbra al coronel Gamal Abdel Nasser como presidente del nuevo gobierno. Nasser declara la titularidad pública del canal de Suez con la firme intención de mejorar las arcas del país y librarlo de la influencia de potencias extranjeras. La confrontación armada es inevitable y el nuevo líder debe repeler ofensivas conjuntas de Francia, Inglaterra e Israel. A consecuencia de su éxito, muchos lo consideran entonces la cabeza visible entre los estados de Oriente Medio.

Mientras la popularidad de Nasser se dispara de forma incontestable, Mubarak continúa haciéndose un nombre en su profesión. Poco a poco, su buen hacer le lleva a ir escalando peldaños. En 1967 tiene ocasión de demostrar su valía como director de la Academia del Aire durante la guerra de los Seis Días, enmarcada en el conflicto árabe-israelí. Su actuación le abre la puerta de las altas esferas del Ejército. Es este un año importante, pues a raíz de esta intervención militar y de otras de menor calado entra en vigor la ley de Emergencia que regirá Egipto por más de 50 años. En 1973, ya con Anwar el-Sadat en la presidencia, estalla la guerra del Yom Kippur en la que tendrá una participación activa en los preparativos y desarrollo. Con el alto el fuego, Mubarak recibe el merecido reconocimiento y se le asciende a Jefe del Estado Mayor.

Llegados a este punto, y con la consideración de estar hablando de un país como Egipto, que un reputado militar filtre su figura hacia el marco político es solo cuestión de tiempo. Este salto se produce en 1975, cuando Sadat nombra a Mubarak vicepresidente de su gobierno. Su designación es vista con buenos ojos por el pueblo. A fin de cuentas, se trata de un héroe de guerra.

Sin embargo, no permanecerá mucho tiempo en un segundo plano. En 1981 grupos extremistas musulmanes perpetran un atentado que acaba con la vida del presidente Sadat al intuir un acercamiento de la política exterior egipcia a los Estados Unidos e Israel. Hosni Mubarak, que es herido de gravedad en el incidente, accede entonces a la presidencia empujado por una reputación que basta para obviar su falta de experiencia en este nuevo campo de batalla.

Sin titubear, recoge el testigo de su predecesor y desarrolla una carta de ruta en la que busca el equilibrio entre la posición árabe tradicional y las buenas relaciones con Estados Unidos e Israel. El acercamiento a occidente y la búsqueda de la resolución de las cuentas pendientes con Israel por las vías diplomáticas proyectan una imagen positiva de Egipto en el escaparate internacional. A propósito de estos primeros días, Mubarak reflexionó con el paso del tiempo y defendió con una voz de timbre marcial y eco rencoroso que: “La gente me dio la responsabilidad de construir el futuro de Egipto. Y lo cumplí con honor”.

Este holograma que se proyecta al exterior se ve refrendado en la década de los 90. Durante la guerra del Golfo, Egipto, que se había mostrado contrario a la política expansionista de Saddam Hussein, se une a las tropas de la coalición para liberar Kuwait de la invasión iraquí. Por otro lado, reitera su predisposición al dialogo y a la buena fe de Israel. Haya elementos para creer en ella o no. Con el nuevo milenio llega a declarar sobre Ariel Sharon, primer ministro israelí y combatiente en la guerra de los Seis Días y el Yom Kippur, que “es capaz de lograr la paz con Palestina”.

¿Y mientras, en Egipto, qué? Basta decir que el símbolo del país, las pirámides de Keops, Kefren y Micerinos, construidas allá por él el 2,500 antes de Cristo, bien pueden ser consideradas también como representativas del progreso vivido. Nada de lo que se vende de puertas a fuera se corresponde con la realidad del pueblo egipcio. El héroe de guerra, la gran esperanza de la nación, sucumbe a la avaricia y los privilegios de su posición. Nada es casualidad. Su política exterior no es más que la fachada de cartón piedra que impide al resto del mundo inmiscuirse en su coto privado: Egipto

Los numerosos préstamos pedidos al Fondo Monetario Internacional, y que hunden al país en la ruina ante unas deudas descomunales, no se materializan en progresos sociales. Tampoco las sustanciosas sumas que los americanos pasan a Mubarak por consolidar su cambio de rumbo. ¿Dónde está ese dinero? No en el aumento del salario mínimo, no en la reducción de población que vive en la pobreza. Tampoco en el descenso del desempleo ni en solucionar diversos factores estructurales de los que adolece el país. Nada es más gráfico que una cifra contundente. En 2011 la fortuna y patrimonio de Hosni Mubarak se estima en 70,000 millones de dólares.

Con un juguete así de lucrativo hay que ser tonto para no continuar. El reputado militar, el “defensor de la democracia y el pluralismo”, se perpetúa en el poder amparado por la vetusta ley de Emergencia. Los arrestos indiscriminados y abusos policiales están a la orden del día. Los derechos humanos no valen más que papiro mojado. La falta de libertad es la constante y la censura la variable de una ecuación cuyo único fin es asegurar que el grifo no se corta. Y así transcurre la vida en Egipto generación tras generación…

Hasta que un elemento nuevo entra en escena en Estados Unidos y, por ende, en el resto del globo: el terrorismo internacional de Al-Qaeda. Un factor desestabilizador hasta para un hombre como Mubarak. No obstante, a sus más de setenta años, aunque sin arrugas en la frente, probablemente gracias a la misma “dieta” que siguió Berlusconi, el experimentado dirigente se permite lanzar un mensaje al mundo que demuestra la civilización de su pueblo. “Un observador honesto de la historia de Egipto descubrirá que el terrorismo es un fenómeno extranjero, ajeno a nuestros valores y herencia cultural”, proclama.

Con esta amenaza sacudiendo el mundo, Estados Unidos examina con lupa Oriente Próximo. Por fin, la presión internacional obliga a que Egipto ponga en marcha medidas democratizadoras que quedan plasmadas en unas elecciones abiertas a otros candidatos, como por ejemplo a los Hermanos Árabes, fundamentalistas islámicos. Por supuesto, no se trata más que de otra capa de maquillaje que Mubarak aplica para poner guapo a Egipto de cara al exterior. Los comicios son amañados y su victoria, un hecho indiscutible.

Todo parecía indicar que las aguas volverían a su cauce y el Nilo no se vería desbordado. Pero un hito lo es aún más cuando es inesperado. Cualquier aparato de censura es inútil ante la gran revolución de nuestro tiempo. Internet llevó a Egipto la chispa iniciada en Túnez y rápidamente prendió en la población. Cuando Mubarak quiso impedirlo, ya era tarde. Y más aún cuando trató de solucionarlo con una especie de “vale, tranquilos que lo he entendido. Seré bueno”. A partir de ahí la historia que vino es más que conocida.

Hosni Mubarak devoró durante tres décadas el sustento de un país entero. Agazapado en su mentira, tanto que llegó a creerla, consiguió pasar desapercibido. Para todos, menos para su pueblo. Los disidentes desaparecieran antes de tocar siquiera alguno de sus manjares. Sin llegar tan lejos como lo hizo Ofelia. Mubarak no gobernó con el calor de su corazón. Mubarak gobernó con la codicia de sus manos. Como el hombre pálido.



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viernes, 11 de noviembre de 2011

Luc Alphand: el ave Fénix de nuestro tiempo


Hay un tópico que suele repetirse una y otra vez a los jóvenes deportistas durante su periodo de formación: "lo difícil no es llegar, es mantenerse". Una lección muy valiosa que no todos llegan a asimilar. Sin embargo, encontramos otro concepto igual de recurrente que hace referencia a la capacidad de las grandes estrellas para adaptarse a los nuevos tiempos sin que se resienta su rendimiento: la reinvención.

El deporte, en la disciplina que sea, está en constante evolución. Lo que servía hace diez años es ahora insuficiente. En el fútbol se corre más. En el golf hay que pegar más duro. En el motociclismo es necesario ser capaz de conseguir la mejor puesta a punto. En definitiva, realidades a las que los profesionales deben hacer frente potenciando sus capacidades.

La historia ha deparado casos en los que un deportista ha conseguido triunfar en disciplinas distintas, aunque normalmente, y sin quitar un ápice de mérito, estas guardan una estrecha relación. John Surtees, por ejemplo, fue capaz de proclamarse en siete ocasiones campeón del mundo de motociclismo antes de vencer en el campeonato de Fórmula 1 de 1964. Sin embargo, existe un nombre que ha llevado el término “reinvención” a su máxima expresión.

Luc Alphand nació en Briançon (Francia) el 6 de agosto de 1965. Se inició muy joven en el mundo del esquí. Con apenas diecinueve años hizo su debut en la Copa del Mundo. El francés fue afianzándose en las pruebas de velocidad hasta lograr la clasificación general de Descenso en 1995 y 1996. Pero lo mejor estaba por llegar. En 1997, Alphand se convirtió en el primer campeón de la general de la Copa del Mundo con victorias únicamente en Descenso y Super-G. Entonces, sorpresivamente, anunció su retirada. “Un esquiador se juega la vida en cada descenso. He logrado lo máximo y no veo razón para seguir”, explicó Alphand. Atrás dejaba un palmarés que, a la victoria en la general en Copa del Mundo, hay que sumar 12 victorias parciales, 3 generales de Descenso, una general de Super-G y el bronce en los Campeonatos del Mundo de Descenso de Sierra Nevada.

Cualquiera daba por sentado que los días de gloria de Luc Alphand habían pasado. De hecho, el comunicado en el que anunció que iniciaba su andadura como piloto de automovilismo pasó bastante desapercibido para la prensa. Hasta que un día, saltó la liebre: ¡Un esquiador participará en el Rally Dakar!



La historia del hombre que cambió la nieve de los Alpes por la arena del desierto del Sahara dio la vuelta al planeta. Lo más increíble es que lo que muchos vieron como una simpática aventura, pronto se destapó como un auténtico reto de pura competición. Nadie reparó en su creciente progresión hasta que en 2004 Alphand terminó la durísima prueba en 4ª plaza. Inmediatamente, el equipo Mitsubishi anunció el fichaje del esquiador/piloto francés para el próximo año, edición en la que logró la 2ª posición. Y a la tercera, fue la vencida. Alphand ganó el Dakar 2006 por delante de su compañero, el mito del desierto, Stépahane Peterhansel. El sueño estaba cumplido…

A diferencia de lo sucedido con el esquí, Luc tomó la decisión de continuar con su carrera de piloto a pesar de haber alcanzado el reto. La figura del francés volvía a ser tan respetada y reconocida como en sus años de gloria por las laderas de las montañas. Por eso, en el 2009, la noticia de que Alphand había sufrido un grave accidente de moto en un rally de su país sacudió el mundo del deporte. La tragedia planeó por momentos. El francés presentaba fractura de varias vértebras que afectaban a la movilidad de sus miembros. Afortunadamente, logró recuperarse de las lesiones sin arrastrar secuelas. No obstante, los médicos le advirtieron del riesgo que asumía en caso de producirse un nuevo percance. La retirada fue la única opción posible.

Pero a estas alturas de la película deberíamos entender que estamos ante un hombre que no se rinde. Si algo ha demostrado Alphand, es su capacidad de reinvención. Por eso, como el ave Fénix, ha resurgido de sus cenizas una vez más. A sus 46 años, “Lucho” ha encontrado un nuevo camino para satisfacer su sed de competición.: la vela. “Navegar es una de las últimas actividades realmente aventureras que quedan en el deporte que requiere de físico, inteligencia y habilidades técnicas. Sé que suena estúpido, pero cuando has tenido una vida tan excitante como la mía no puedes parar en la búsqueda de sensaciones estimulantes para sentirte vivo”.

Esta es la historia de Luc Alphand. La vida de un esquiador, de un piloto y de un regatista. Una persona en la búsqueda constante de retos. Un deportista que compite para ser libre. El testimonio viviente de que cuando una puerta se cierra siempre hay ventanas abiertas. El relato de un hombre que sabe reinventarse en todas las facetas de la vida.



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¿Recuerdas cuando el deporte era deporte?

jueves, 3 de noviembre de 2011

Ritmo con precisión de cirujano


Faltan menos de dos semanas para que Almas Mudas presente su primer disco. El grupo aragonés ha trabajado duro durante los últimos tres años para convencer a quienes debían ofrecerles esta oportunidad. Conciertos en salas de Zaragoza, Madrid, Barcelona... Nominaciones a premios importantes. Ganadores del Concurso Puro Cuatro. Sintonías para series y apariciones en platós de televisión. En definitiva, pequeños peldaños que han ido subiendo hasta que obtuvieron la ansiada recompensa: el pasado mes de mayo, por fin, lograron estampar su firma en un contrato discográfico.

Antes de que toda esta vorágine de acontecimientos se precipitase, un servidor tuvo la oportunidad de entrevistar a dos de sus miembros: Miguel Rived (voz) y Pedro Presa (batería). Fueron dos entrevistas con tonos diferentes, la primera de las cuales fue publicada por El Periódico de Aragón. Sin embargo, la segunda, la de Pedro, nunca vio la luz. Y lo cierto es que me quedó una espinita. Así que no veo mejor momento , ni excusa más válida para recuperarla, que ahora. Espero que aquel que se decida a leerla disfrute tanto como yo lo hice realizándola.

Son las cinco de la tarde y empieza a llover fuera. Un mural de Andrés Calamaro preside la entrada del “Callejón de la Música”, el recinto de la carretera de Logroño donde grupos zaragozanos alquilan locales de ensayo.  Es aquí donde Almas Mudas, grupo finalista a mejor canción en los “XI Premios de la Música Aragonesa”, prepara sus actuaciones, y el lugar donde su batería, Pedro Presa me ha citado. Las luces rojas sobre cada puerta indican si las salas están ocupadas en ese momento. Sólo una de las treinta brilla en la penumbra del largo pasillo




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Almas Mudas "Pura velocidad" el 15 de noviembre a la venta

martes, 1 de noviembre de 2011

English "pitinglish"

Allá donde va un español es fácilmente reconocible. Da igual lo mucho que intente camuflarse entre la multitud porque la realidad es que nos tienen calados. Pero, ¿qué es lo que nos delata? ¿Nuestro gusto por Picasso y Dalí? ¿Acaso es nuestro carácter afable y dicharachero? ¿O tal vez sea que desprendemos un suave aroma mediterráneo por los poros? ¡Nada de eso! Lo que nos hace verdaderamente inconfundibles es...

Puesto 9 José María Aznar: Bastaría con los dos segundos del 00:15 al 00:17.



Puesto 8 José Luís Rodriguez Zapatero: La culpa, de González, por plantar bonsais.



Puesto 7 Jorge Lorenzo: La próxima en español... "for if the flies".



Puesto 6 Raphael: Esto es una versión... versión del inglés, digo.



Puesto 5 Javier Clemente: Francés, inglés... que más da. Hay cosas que no cambian.



Puesto 4 Emilio Botín: Para que digan que el inglés es vital.



Puesto 3 Francisco Franco: Tres principios fundamentales: cantri, relisin y femili.



Puesto 2 José Luis Rodríguez Zapatero: Porque saber callar es importante.



Puesto 1 Principe Gitano: El in the ghetto lo clava, el tío.



Puesto 0 Fuera de concurso, y para consolarnos un poco, el jugador argentino Carlos Tévez merece una mención especial. No obstante, y rompiendo una lanza por todos los que hemos hecho el ridículo alguna vez, hay que tener una cosa clara: Sólo se equivoca el que se lanza. Y ese es el que acaba aprendiendo.



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Los españoles son los que peor inglés hablan de Europa occidental
Los españoles no hablan inglés... y a los americanos les preocupa

martes, 25 de octubre de 2011

¿Recuerdas cuando el deporte era deporte?


Me refiero a cuando un deportista no era más que eso, un deportista. A cuando el deporte era una afición por encima de una profesión. A los tiempos en que cada pasito, por pequeño que fuese, se consideraba una gesta. A los tiempos en los que las leyendas se forjaban en las carreteras y las montañas. En los cuadriláteros y en las piscinas. En las pistas de atletismo y los terrenos de juego. No en el papel, ni en majestuosas campañas publicitarias.

Visto así, cualquiera puede pensar que un servidor peca de un fácil y manido victimismo. Que me dejo llevar por el argumento ventajista, cargado de un rancio aroma nostálgico, resumido en que cualquier tiempo pasado fue mejor. Que los ídolos de hoy pintarían la cara de las estrellas de ayer. Y yo no lo dudo. Pero me apetece hacer un ejercicio de memoria.

Hablo de otros tiempos. De cuando eras niño y te dominaba esa emoción indescriptible al abrir el sobre de cromos. Esa colección por la que sentías una devoción pura, casi bíblica. Esos jugadores con pinta de todo menos de futbolistas. Nombres como Rafa Paz, Sánchez Jara, Carlos Muñoz Cobo o Tato Abadía vienen a mi memoria. Cuestión de generaciones, pero entendéis a lo que me refiero.

Tiempos en los que el Madrid confiaba en quintas forjadas en casa y mi Athletic luchaba por títulos. No hace tanto de eso como parece. Sólo hay que remontarse a antes de la dichosa ley Bosman. A cuando la Champions era la Copa de Europa, la Europa League la UEFA, la auténtica, y aún no habían asesinado a la Recopa. A cuando equipos como Ajax, Benfica, Celtic o Estrella Roja acongojaban en Europa. A cuando Boca era Boca, River era River y la liga argentina un campeonato de primer orden mundial.

¿Te acuerdas o no? Antes de que se jugara con los socios, mercadeando con sus derechos y sacrificando sus intereses en pos del mercado asiático. Hablo de pretemporadas y stages, no de giras recaudadoras. De cuando los niños de Zaragoza eran del Real Zaragoza y pedían un balón de reglamento por su cumpleaños, no las botas de Cristiano o de Messi.

Recuerdo los tiempos en los que los resúmenes de los partidos protagonizaban las noticias del lunes. No como ahora, donde la liga bipolar se extiende a los medios de comunicación y el resto de los equipos son ninguneados. Las portadas informativas ya no existen. Han dado paso a otras que rayan lo sectario, traspasando la frontera de lo ofensivo y que fomentan el odio. Se ve que venden más…


Pienso más allá del fútbol y no me muevo de mis trece. Aquel mordisco de Tyson a Holyfield, por ejemplo, dio la vuelta al mundo como un hecho vergonzoso que horrorizó a la opinión pública. Hoy día, igual no pasaba de video cachondo con el que cerrar la sección. La gente de a pie no sabe cuantos oros tienen Michael Phelps o Gervasio Deferr, pero saben que en sus horas muertas le dieron al canabis.

En mi autocrítica, intento concentrarme en disciplinas desinteresadas que puedan sacarme de mi planteamiento. Prácticas deportivas caracterizadas por el espíritu de superación y la donación absoluta de quienes las practican. Me acuerdo de Pepe Garcés o Iñaki Ochoa de Olza, pero hasta algo tan bello como el montañismo ha quedado manchado en fechas recientes. El circo de Miss Oh y Edurne Pasabán en su carrera por ser la primera mujer en hollar los 14 ochomiles fue bochornoso…

Y en estas, me acuerdo del gran ídolo de mi infancia. Aquel al que considero el deportista, con mayúsculas, de la historia de España: Miguel Induraín. ¡Lo que era el ciclismo! Y en lo que lo convirtieron, no tiene perdón. El blanco fácil para que gente como Jaime Lissaveztky se colgase medallas en la cruzada de la lucha antidopaje. Siempre me ha hecho gracia esta expresión. Un algidol para tratar un resfriado con 1.000 kilómetros en las piernas es positivo. Administrar una hormona de crecimiento a un chico de 13 años para que mida 12 centímetros más, no. Cosas curiosas, cuanto menos.

Repito que no es mi intención menospreciar el talento de los deportistas actuales. No se puede caer en el error de comparar tiempos o generaciones. Pero me acuerdo de ver a Senna, los primeros años de Schumacher y mi querido Damon Hill. Sacar un punto en la F1 de aquella época era una heroicidad. Ni me quiero imaginar como seria con los Fangio o Nuvolari. Negar ese componente épico, que bien cierto es que aún hoy persiste en el mundo del motor, es ponerse una venda ante la evidencia. Para mí, el punto de Pedro Martínez de La Rosa en su primera carrera con Arrows vale más que su segundo puesto con el McLaren en Hungría.

Me acuerdo de lo difícil que era llegar, fuese el deporte que fuese. De ahí, el mérito que la historia debe reconocer a los pioneros. A Seve Ballesteros, al que Txema cogería el relevo, y gracias al cuál se descubrió un nuevo deporte en nuestro país. También Paquito Fernández Ochoa y su hermana Blanca abrieron un camino que, a excepción de María José Rienda, apenas ha tenido quien lo continuara. Carlos Sainz y Luis Moya… qué decir.

En resumidas cuentas, hablo de un tiempo en el que palabras como “jeque”, “galáctico”, “clenbuterol” o “merchandising” eran ajenas al deporte. Un tiempo en el que el honor y la victoria eran lo más importante. Un tiempo en el que no se mezclaban “churras con merinas”. Un tiempo de leyendas y mitos, no de iconos. Un tiempo que, en pequeñas dosis, aún perdura en jugadores como Ryan Giggs, en el tercer tiempo del rugby o en competiciones tan mágicas como la Ryder Cup. Un tiempo en el que el deporte era deporte, y nada más.

Dedicado a la memoria de Marco Simoncelli



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jueves, 20 de octubre de 2011

Porque eres Juan José Padilla


  • Porque el terror de aquella trágica estampa me hizo llorar como un niño pequeño frente al televisor.
  • Porque agarraste las “frías” sabiendo lo que había. Con honestidad, torería y bragueta.
  • Porque, mientras cundió el pánico, no podía evitar acordarme de la entrevista en el callejón hacía unos minutos.
  • Porque inmediatamente hallé refugio en el tantas veces probado axioma que dice que los toreros estáis hechos de otra pasta.
  • Porque aquella zapatilla abandonada en el albero era el pedacito de alma que cada aficionado sintió que le habían arrancado.
  • Porque Miguel Abellán no lloraba sólo.
  • Porque cada plaza de toros tiene su ángel de la guarda. En este caso, el doctor Val-Carreres.
  • Porque la grandeza de la fiesta camina de la mano junto a la verdad del espectáculo. De la nada a la gloria, de la gloria a la nada. Así ha sido siempre.
  • Porque nadie quería creer aquel primer parte médico. ¡Qué coño! ¡Hablamos del Ciclón de Jerez!
  • Porque en la tensa espera, repetí una y mil veces el lance en mi mente. Y siempre salías andando.
  • Porque espontáneamente y al unísono, profesionales, periodistas y aficionados nos fundimos en un sólo grito.
  • Porque fuimos muchos los que te acompañamos en la madrugada, haciendo toda la fuerza posible, a la espera de buenas noticias.
  • Porque desde el Servet confirmaron el milagro. El más importante. Ahora vendrán más.
  • Porque aquellas primeras palabras a tu apoderado demuestran que nada ha cambiado en ti.
  • Porque la ciencia de la medicina aún no ha dicho su última palabra.
  • Porque tu recuperación es increíble. Y la fe mueve montañas. Además tienes corazón de león ¡cojones!...
  • Porque amas al toro y a tu profesión. Y siempre has estado a las duras y a las maduras.
  • Porque el apoyo de tu familia y los tuyos no te faltará nunca. Ellos también han sido un ejemplo estos días.
  • Porque volverás ha vestirte de luces y todos celebraremos el día en el que tu sonrisa ilumine de nuevo el ruedo.
  • Por muchas cosas más que siento, y por otras que se me escapan. Por que eres Juan José Padilla, y con eso basta…

Mucha fuerza, maestro.



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"Volveré a vestirme de torero"
"De la profesión de torero uno no se va, le echan"
"El valor de un torero", Juan José Padilla en 75 Minutos

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#sialostoros

martes, 18 de octubre de 2011

El dilema: laberinto de la ética profesional


(Advertencia: la siguiente entrada contiene spoiler)

El dilema (The insider) es una película norteamericana de 1999 dirigida por Michael Mann (El último mohicano, Heat, Enemigos públicos) y protagonizada por Russell Crowe (Gladiator, L.A. Confidential, Una mente maravillosa) y Al Pacino (El padrino, Scarface, Esencia de mujer). El guión está basado en un caso real por el que la tabacalera Brown & Williamson fue condenada por la justicia americana al demostrase que añadían conscientemente sustancias adictivas al tabaco para aumentar el grado de dependencia de los fumadores.

Lowell Bergman, productor del programa de la CBS “60 Minutos”, está preparando un reportaje relacionado con accidentes caseros provocados por cigarrillos. En su búsqueda de fuentes, logra ponerse en contacto con Jeffrey Wigland, antiguo bioquímico de Brown & Williamson. Pronto entenderá que su nuevo confidente posee una información mucho más valiosa que encierra un terrible secreto. Sin embargo, para destapar la verdad, Bergman y Wigland deberán recorrer un lúgubre y desesperante laberinto que entrelaza los intereses e influencias de la tabacalera y de la propia cadena de televisión. Una encrucijada en la que la ética profesional jugará un papel determinante.

Análisis de las conductas de los personajes y entes principales

Jeffrey Wigland, ex-directivo de Brown & Williamson (Rusell Crowe)

Estamos ante el personaje más complejo del film. Wigland muestra su disconformidad a la compañía cuando descubre el secreto sobre los componentes adictivos añadidos intencionadamente a los cigarrillos. Sin embargo, acepta un sustancioso acuerdo de despido a cambio de respetar una cláusula de confidencialidad sobre su labor en la empresa.

A la hora de tomar está decisión, es conveniente recalar en su situación personal. Wigland es padre de familia y una de sus dos hijas precisa de tratamiento médico por una dolencia crónica (problemas respiratorios). Ante tal tesitura, decidir qué es lo correcto resultaría una ardua tarea para cualquier ser humano. Por un lado, moralmente, existe el sentimiento del deber. Revelar una información de interés para la sociedad, y nada menos que relacionado con la salud pública. En sus manos está el poder de denunciar una práctica empresarial que engloba un entramado de pactos y engaños entre las tabacaleras. Pero, por otro lado, no puede perder de vista su propio interés. Como cabeza de familia, tiene la obligación de velar por el bienestar de los suyos.

En este sentido, el miedo juega un papel clave. Es lógico pensar que, como individuo, poco o nada puede hacer ante el engranaje de la compañía. La influencia y el grado de poder de las tabacaleras es incuestionable. Hasta la fecha, habían salido indemnes de cualquier proceso legal. Además, estamos hablando de empresas que anteponen sus beneficios por encima de los perjuicios que sus acciones puedan causar a millones de personas. ¿Qué no estarán dispuestas a hacer frente a un único individuo que amenace su posición? Uno contra el mundo. Un ejemplo perfecto para definir la soledad en toda su crudeza.

Sin embargo, al conocer a Lowell Bergman, la percepción de Wigland va cambiando progresivamente. El apoyo y el respaldo que le brinda el periodista hacen que, poco a poco, el miedo vaya desapareciendo. Precisamente porque Wigland siente que no está solo. Que hay personas dispuestas a escucharle. Y es así como su sentido de la responsabilidad, sus valores éticos profesionales y el deber moral de contar lo que sabe, se van imponiendo en su cabeza. Hasta el punto de tomar la determinación de llegar a donde sea necesario con el fin de desvelar la verdad. Sin ceder a chantajes, extorsiones o incluso al distanciamiento de su familia.

El fantasma de la soledad, el miedo convertido en pánico y la desesperación aflorarán de nuevo con el cambio de postura experimentado por la cadena de televisión. Pero incluso en los peores momentos, al sentir la determinación y el apoyo incondicional de Bergman, recobra la convicción en sus creencias. Como él mismo dice: “Sólo quiero que mis pequeñas entiendan el día de mañana lo que hizo su padre”.


Lowell Bergman, productor de “60 minutos” (Al Pacino)

Bergman es un veterano periodista que durante toda su carrera ha creído firmemente en su profesión. Esto pasa por contar íntegramente historias de interés para la sociedad. Tiene un sólido código ético profesional y un gran sentido de la responsabilidad de su trabajo. Y como buen periodista, el trato que dispensa a sus fuentes es de manual de código deontológico.

Como dice en la película a sus compañeros, “todo lo que tenemos es nuestra reputación”, refiriéndose al periodismo. Es una frase que, no por manida, deja de ser el pilar fundamental de todo profesional de la comunicación. En realidad, es perfectamente aplicable a cualquier ser humano. Basta una duda, un error, un vacile… y todo queda arruinado. La credibilidad es un bien que no puede comprase. De ahí su empeño por aproximarse cuanto sea posible a la verdad. Cuando se produce el bandazo de política en la cadena de televisión, Bergman permanece fiel a sí mismo, cuando lo más “cómodo” hubiera sido tragar con las directrices y abandonar a su fuente para salvar el pellejo.

La convicción en sus valores contagia a Wigland, que llega a confiar ciegamente en él. Curiosamente, es el mismo sentimiento el que le lleva a dejar la profesión una vez que todo acaba. “Qué le voy a decir a mis fuentes. ¿Qué están a salvo? ¿Qué puedo protegerlas?”.


Las empresas tabacaleras

Son presentadas como compañías sin escrúpulos que se rigen por la obtención de beneficios a cualquier precio. El concepto “responsabilidad social” es algo que desconocen por completo. Acometen prácticas desleales y pactos que contravienen los principios fundamentales de la ética de los negocios. Funcionan como un oligopolio siniestro que recurre al engaño y la extorsión para alcanzar sus fines. Se hace especial hincapié en señalar que su peso específico en la economía les otorgaba una posición de casi plena inmunidad ante las leyes. En definitiva, son el paradigma de la mala praxis empresarial.

Mike Wallace, presentador de “60 minutos” (Christopher Plummer)

Poco o nada tiene que ver su conducta con la de Bergman. Wallace es un presentador vanidoso y egocéntrico al que únicamente le importa conseguir buenos reportajes para beneficio propio. Si bien transmite la confianza necesaria a Wigland antes de la entrevista, su apoyo no va más allá de lograr que éste hable. No tiene inconveniente en dejarle tirado cuando la directiva rechaza la inclusión del testimonio en el reportaje. Su reacción de apoyo Bergman llega tras ser ninguneado por su propia cadena en un informativo. Es decir, es su ego herido el que toma el control.

Wallace podía haberse solidarizado con Bergman mucho antes y, juntos, sacar el reportaje íntegro a emisión. Su conducta lo destapa como un comerciante de la información al que sólo interesa mantener su prestigio. No obstante, Wallace sabe que su lucimiento no sería posible sin el trabajo y compromiso de Bergman, y por ello trata de convencerle sin éxito de que no abandone la profesión.


La dirección de la CBS

El proceder de los directivos de la cadena muestra a la televisión como un ente voluble e influenciable ante los factores económicos. En ocasiones, se acusa a la prensa de estar al servicio de sus anunciantes. Lo que refleja la película no es más que esta idéntica afirmación elevada a su máxima expresión.

Con toda seguridad, si buscamos en los estatutos sociales de cualquier empresa de comunicación encontraremos como elemento común la búsqueda y defensa de proporcionar información veraz. En este caso, la CBS opta por ofrecer una información parcial movida por intereses económicos. De igual forma, no respalda el trabajo de sus periodistas, coartando su trabajo.

Como dice Bergman, “somos nuestra reputación”. La imagen y credibilidad de la cadena de televisión queda tremendamente dañada.

Mis impresiones

De los hechos narrados en la película, hay una serie de actitudes y comportamientos que merecen un análisis más profundo.

Anteriormente se ha comentado la zozobra moral de Wigland. El debate interno al que está sometido desde el primer momento. Es tremendamente interesante incidir en cómo varía su forma de actuar. La soledad puede llegar a anular a un ser humano. Por el contrario, cuando nos sentimos respaldados y vemos que los demás depositan su confianza en nosotros somos capaces de afrontar lo que sea. Nuestra percepción de la realidad cambia sustancialmente.

No obstante, partiendo del manifiesto interés que tengo por el ámbito de la información, prefiero hacer hincapié en otros puntos y personajes de la trama. Principalmente en el comportamiento de Bergman frente a la junta directiva de la cadena de televisión. Resulta loable e inspirador que un periodista tenga tanta fe en lo que hace. Digamos que hace religión de su profesión. Eso sería imposible de no amar lo que hace. Y probablemente, esa sea la diferencia entre él y Wallace o los directivos.

Lo que hace incorruptible a Bergman es el amor y respeto que siente por su trabajo. Su percepción del compromiso social que implica ser informador está por encima de cualquier cosa. Por encima del ego personal de Wallace, por encima del dinero que no quieren perder los directivos e incluso por encima de sus propios intereses.

Igualmente, es ese mismo respeto, ese férreo código deontológico por el que se rige, lo que le lleva a dar ese tratamiento a sus fuentes. Él sabe que un periodista no es nada sin ellas. Por eso no abandona a Wigland. Por eso termina dejando su profesión. Cuestión de coherencia. Por que ya no puede sentir el respeto y el amor que siempre había sentido por el periodismo, ni es capaz de garantizar a sus fuentes que les va a dar el trato que merecen. De nuevo nos encontramos con su máxima: “Somos nuestra reputación”. Y la suya, por vez primera, tiene mácula.



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martes, 11 de octubre de 2011

El ingreso de Palestina en la ONU

Esta entrada corresponde a la presentación de un trabajo de la asignatura Relaciones Internacionales en el Grado en Periodismo de la Universidad San Jorge. La propuesta consiste en elaborar una revista de prensa durante 15 días que recoga aquellas noticias relacionadas con la solicitud de ingreso de Palestina en la ONU. Además, se presenta un informe final donde el alumno debe plasmar sus impresiones. El objetivo es entender el concepto "choque de civilizaciones" y su influencia en los conflictos globales.

Press clipping

23/09/2011

El Mundo, María Ramírez (corresponsal en Nueva York): Palestina pide ingresar en la ONU e Israel ofrece negociar 'ahora' 



24/09/2011


El País, Sami Naïr: Obama el electoralista


25/09/2011




26/09/2011




27/09/2011

El Mundo, Sal Emergui: La sátira del conflicto



28/09/2011


El País, M. Á. Bastenier: La jubilación de Abbas


29/09/2011

El Mundo, Javier G. Gallego (corresponsal en Bruselas): El Parlamento Europeo apoya la solicitud “legítima” de Palestina en la ONU



30/09/2011


ABC, Patricia Alonso: Sebag Montefiore: “Jerusalén puede desaparecer en 40 años”

01/10/2011

El País, Ángel Luis Ramos: Palestina, en la ONU


02/10/2011


El País, Bernard-Henri Levy: Contra una demanda palestina

ABC, Jorge Trías Sagnier: “¡Le haim, Mauricio!”

03/10/2011



04/10/2011


El País, Ignacio Sotelo: Los tres perdedores

05/10/2011




06/10/2011

El País, Shlomo Ben Ami: Israel y Palestina en la ONU

08/10/2011





Informe final

El término “choque de civilizaciones” fue acuñado por vez primera en 1993. Samuel Phillips Huntington, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard, pronosticaba un panorama internacional en el que los estados- nación seguirían siendo los actores más poderosos. No obstante, los principales conflictos globales serían fruto de los roces surgidos entre naciones y grupos de naciones pertenecientes a diferentes civilizaciones.

La petición del Estado palestino de ser aceptado como miembro de pleno derecho en la ONU pone de manifiesto la vigencia de la teoría de Huntington. Basta con repasar las noticias seleccionadas para llegar a un entendimiento de la problemática surgida. Palestina reúne todos y cada uno de los elementos que definen un territorio como nación (historia, cultura, idioma…). Sin embargo, el trasfondo de la cuestión va mucho más allá.

La posición geográfica de Israel y Palestina, puerta a oriente próximo, no debe pasar desapercibida. El líder de occidente, los EEUU, tiene una postura pro-israelí muy definida. El hecho de mandar una notificación por carta a 31 países solicitando el rechazo al ingreso de Palestina es clarificador. Así como el manifiesto público en el que indica que no dudará en ejercer su derecho al veto. La razón radica en mantener un territorio aliado en la zona de mayor influencia musulmana. O lo que lo mismo, la perdida de control en un enclave tan importante.

Es precisamente la posibilidad de que EEUU pierda peso en la zona, más allá de la casuística palestina, lo que mueve a Rusia o China a posicionarse claramente a favor del ingreso solicitado. Los pueblos musulmanes, por descontado, apoyan incondicionalmente la propuesta.

Mientras tanto, en Europa, se toma una posición más cauta. Si bien países como Francia, en palabras de Sarkozy, han tomado una postura muy definida, otros como España prefieren dar mayor importancia a reanudar el proceso de paz. Aunque eso no implica que no se hayan pronunciado al respecto.

En definitiva, que la solicitud de Mahmud Abbas ahonda aún más en la herida de un frente de las relaciones internacionales ya de por sí bastante desgarrado. Los intereses de las diversas civilizaciones en la zona, y el poder que ejercen en ella, dificultan llegar a una resolución rápida. Así que, a falta de dos días para que finalice el plazo pedido por el Estado palestino, es más que probable que la decisión se demore en un plazo de tiempo indefinido.



Enlaces
Obamaworld (el blog de Jordi Pérez Colomer)
Blogoterráqueo (El Mundo)

lunes, 3 de octubre de 2011

La delgada línea roja


Dos adolescentes se conocen en una fiesta. La conversación es agradable y poco a poco ambos sienten una atracción recíproca. Buscan un lugar más íntimo lejos de otras compañías. Entonces, ya más cómodos, comienzan a proponer prácticas sexuales. Penetración vaginal, sexo anal, masturbación con juguetes eróticos…

Esta es la situación que un juego educativo online, elaborado por Cruz Roja Juventud, proponía a los jóvenes españoles de 15 años en marzo de 2010. La financiación del proyecto corrió a cargo del Ministerio de Sanidad, mientras que Educación recomendaba su aplicación en las aulas como apoyo para la materia de educación sexual. El fin didáctico era concienciar sobre la importancia del uso del preservativo para prevenir enfermedades venéreas.

El asunto desató una tremenda polémica. La organización “España Educa en Libertad” denunció que el videojuego promovía la promiscuidad y las perversiones sexuales entre niños y adolescentes. Su portavoz, Inmaculada López, argumentó lo ridículo del mensaje al entender que la única directriz que se daba a los jóvenes era que llevaran siempre preservativo, anteponiéndolo como un dogma frente a una sexualidad sana y natural. Además, López mostró su preocupación frente al hecho de que la asignatura de educación sexual fuera obligatoria a partir de 2011 para alumnos de 11 años.

El resultado fue que el videojuego se retiró de la circulación ante la controversia generada. No obstante, sirvió para despertar las protestas de aquellos que interpretaban que el gobierno estaba imponiendo una materia que no correspondía al ámbito escolar. Y, por el efecto carambola, la imagen de Cruz Roja se vio perjudicada al ser considerada “cómplice”.

Lo sucedido en 2010 es tan sólo uno de tantos ejemplos que ponen de manifiesto la imposibilidad de que una ONG mantenga su independencia de operaciones recurriendo a ingresos públicos. Por definición, y a riesgo de caer en una perogrullada demasiado simple, “no gubernamental” implica que no existe intervención de ningún tipo por parte del gobierno. Y no hay mayor elemento de control que ser partícipe directo de la fuente de financiación de una organización. 

Es comprensible que en un contexto económico poco boyante, el altruismo y generosidad del prójimo no basten para sustentar una organización de esta naturaleza. Por eso, no son pocos el número de sociólogos que advierten la absoluta necesidad de que las ONGs sean autosuficientes para garantizar su autogobierno. Que sepan gestionar sus recursos económicos y no dependan en demasía de las donaciones. La dirección responsable, encaminada hacia unos objetivos concretos y realistas, son las vías que permiten la autogestión. Pero la economía aprieta y no siempre se encuentran los recursos que uno querría.


Ante la adversidad y el riesgo de desaparición, las subvenciones son una salida demasiado tentadora. Pero, como en el caso de la Cruz Roja y su videojuego, se convierten en un arma de doble filo. ¿Qué reputación le queda a un ente, supuestamente independiente, que somete sus acciones al servicio del gobierno tras recibir un dinero por ello?

Sin embargo, cercenar la independencia de la organización no garantiza la supervivencia. Es el caso de “Paz Ahora”, primera ONG desahuciada en España por impago a la inmobiliaria de su sede. El portavoz de la organización, Julio Rodríguez, declaró que: “Estamos esperando el dinero prometido de las subvenciones, pero no llega. Cuando las administraciones no cumplen con su parte no sucede nada; cuando somos los pequeños los que no cumplimos con los pagos, nos ponen en la calle”.

Esta, en definitiva, es la historia de la encrucijada continua en la que las ONG se ven inmersas. Ser fiel a la razón social o aceptar una intromisión que brinde un beneficio puntual. Anteponer los principios o asegurar los recursos. Independencia o supervivencia… la delgada línea roja.


¿Sería posible que Amnistía Internacional pudiera poner en marcha campañas como esta si dependiera de alguna subvención del gobierno de Perú?

jueves, 29 de septiembre de 2011

La ética de los negocios y la obsolescencia programada


Una fotografía moral a la sociedad de consumo

“¡No puede ser! Justo va y se rompe ahora, que acaba de terminar la garantía ¡Que mala suerte!”. Quien más, quien menos, ha pronunciado esta frase a lo largo de su vida. La secuencia que acompaña a estas palabras pasa por llevar el producto averiado al punto de venta sólo para que el técnico verifique el problema y ofrezca el diagnóstico temido: “Uy, arreglar esto no le va a salir a cuenta. Por el precio de la reparación casi es mejor que se compre uno nuevo”. Pero, ¿se está ante una coincidencia de los dos hechos, o más bien ante una convergencia de los mismos?

Mucho se ha escrito ya sobre la obsolescencia programada. Por establecer una definición que sirva de punto de partida, se puede entender esta práctica como la determinación, planificación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio de modo que este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible tras un período de tiempo calculado de antemano, por el fabricante o empresa de servicios, durante la fase de diseño de dicho producto o servicio. No obstante, es un enunciado que puede considerarse incompleto, puesto que deja fuera del concepto a un elemento fundamental del sistema: el público.

Y se les encendió la bombilla

Muchos autores hacen referencia a la obsolescencia programada como el motor secreto de la sociedad de consumo. Para encontrar su origen es necesario retroceder hasta los años 20 con la llegada de la producción en masa. El primer producto del que existe documentación que prueba su aplicación es la bombilla. El cártel helvético Phoebus, que incluía a fabricantes como Osram, Philips o General Electrics, consiguió que la gente comprara bombillas con mayor regularidad. ¿Cómo? Mediante tratados secretos en los que los principales productores mundiales se comprometían a reducir la vida útil de su producto a 1.000 horas.

Para hacerse una idea de lo que supuso esta decisión, conviene recordar que la primera bombilla comercializada por Thomas A. Edison en 1881 aseguraba 1.500 horas de funcionamiento. En 1924, la compañía Philips lanzó al mercado una lámpara que proporcionaba 2.500 horas de luz. Por lo tanto, la lectura de la intención de Phoebus es clara. De continuar fabricando un producto de mayor calidad y durabilidad, la venta de bombillas se estancaría. Mantener la demanda pasaba por programar el diseño de los filamentos para limitar la vida útil del producto.

La empresa española Lampara Z fue controlada por la política de Phoebus. En el cartel, se promociona la durabilidad de la bombilla como de 2.500 horas. Muy por encima de los parámetros que impondría el grupo suizo.

Bajo el prisma de la ética empresarial, la medida acometida por el cártel, de entrada, es contraproducente y muy cuestionable. No tanto por el hecho de planificar la creación de esta nueva hornada de bombillas de menor calidad y duración, sino por la imposición de este “modelo” como única opción al consumidor mediante prácticas desleales. Incluso, moviéndonos en marcos teóricos, si bien la obsolescencia programada fomenta en la práctica el consumo, lo cierto es que el hecho de eliminar la libre competencia suprimiendo elementos de diferenciación del producto (durabilidad, precio, calidad…) parece más una actividad contraria a los principios del capitalismo.

No obstante, la paradoja se vuelve más interesante. El libre mercado llevó a un producto inferior en diseño, material, tecnología y calidad que el comunismo implantado en la URSS. Científicos soviéticos consiguieron una bombilla con 10.000 horas de vida útil garantizadas. El resultado fue que su invento no interesó en occidente.

Enunciación como sistema

En contra de lo que invita a pensar, un sistema de producción basado en la obsolescencia programada no debe estar necesariamente ligado a la codicia empresarial por encima de una aplicación práctica que beneficie a la sociedad.

Hacia 1933, en el escenario de la gran depresión que generó el colapso bursátil de 1929, el desempleo alcanzó los mayores niveles vistos en la sociedad americana. Ese mismo año, el acaudalado hombre de negocios Bernard London enunció por vez primera el término obsolescencia programada presentándolo como solución al problema.

Su propuesta era poco menos que legislar sobre la vida útil del producto, poniendo una fecha de caducidad a partir de la cual este se considerase “muerto”. En ese punto, el consumidor lo devolvería a las autoridades gubernamentales pertinentes que son las que deberían encargarse de gestionar como deshacerse de los residuos. De esta forma, se garantizaría que la producción no se detuviera y que siempre fuese necesaria la mano de obra. Como él mismo decía: “Empleo para todos”.



Con esta teoría, las dudas éticas y deontológicas despertadas por el proceder de Phoebus no se despejan. No obstante, se vislumbran nuevos horizontes que dejan puertas entreabiertas para entender que, quizás en ocasiones, la obsolescencia programada pueda estar justificada.

Ser empresario implica tener que lidiar y actuar frente a tres planos. El beneficio personal, el trato a los empleados y la responsabilidad social. Dicho esto, lejos de ejercer como abogado del diablo, parece comprensible que ante situaciones coyunturales adversas, la obsolescencia programada pueda ser una de las soluciones válidas al problema. Mantiene el consumo, mantiene los puestos de trabajo y no se pone una pistola al consumidor para que adquiera el producto.

Montañas de realidad

El problema llega cuando pasa de ser una salida puntual en un momento crítico a erigirse como piedra angular del sistema económico de toda una civilización. Un planeta finito no puede regenerar materias primas de forma infinita. Bernard London hablaba de la necesidad de que los productos obsoletos fueran devueltos para garantizar su correcta destrucción.

No sabemos con certeza a lo que se refería. Lo que es seguro es que la forma en que eso se produce hoy día es una aberración que bien pudiera ser el espejo al que una sociedad enferma debe asomarse para contemplar el reflejo de su alma podrida. Las tretas con las que occidente convierte África en su vertedero ponen de manifiesto las carencias funcionales y morales de la sociedad de consumo.

Ghana es uno de los principales países africanos que aceptan la basura electrónica de occidente a cambio de dinero. La basura está considerada oficialmente como "material de segunda mano".

Las montañas de despilfarro formadas por la basura electrónica tienen una doble lectura. Por un lado, evidencian la realidad de que estamos consumiendo el planeta a un ritmo mayor del que puede soportar. Por otro, no solamente abusamos de los recursos naturales para transformarlos en productos con una vida tan limitada, sino que una vez se convierten en desechos, los cadáveres electrónicos imposibilitan que los países subdesarrollados puedan utilizar sus propios recursos naturales.

El elemento clave: el consumidor

Señalar como culpables de las miserias de este sistema a los “despiadados” empresarios es una postura demasiado cómoda. Más aún teniendo en cuenta que todo el engranaje no funcionaría si no contase con la complicidad del consumidor.

Como individuos, es cierto que estamos sometidos a un continuo bombardeo de mensajes que nos invitan/incitan a adquirir productos. Pero no es menos cierto que la decisión final es al 100% responsabilidad de cada uno. Somos nosotros quienes pedimos crédito a los bancos para comprar objetos, bienes o servicios que no necesitamos.

La economía occidental se sustenta en el crecimiento. Pero es un crecimiento que no está encauzado a un objetivo palpable ni un fin concreto: “Es un crecer por crecer”. La funcionalidad del sistema está basada en el consumo. Si no se compra, no hay crecimiento, y, por consiguiente, el sistema no es sostenible. Así que en última instancia, es el consumidor quien tiene la potestad de fomentar o rechazar la obsolescencia programada.

Resulta sencillo dejarse llevar por el victimismo y pensar que el consumidor poco o nada puede hacer ante las grandes empresas. Sin embargo, la demanda común interpuesta contra Apple por la vida limitada de las baterías de su IPhone demuestra lo contrario. En la era de las comunicaciones y la información, el ciudadano tiene más voz y fuerza que nunca. De ese modo, el consumidor debe asumir su parte de responsabilidad en el sistema económico. Tiene un deber moral para con el mercado que pasa por fomentar un consumo responsable que ejerza presión en los procesos de producción y políticas sociales de las empresas. No hay que pasar por alto que las modas, claves en el consumo, son propagadas por el ciudadano más allá de las campañas publicitarias de los productos.




¿Cuál es el camino?

Solucionar las carencias de este consumismo desatado pasa por llevar a buen puerto una campaña de sensibilización. A la larga, estamos viviendo una situación insostenible. Tanto para las empresas como para los consumidores. Parece posible entonces que ambos no sólo lleguen a entenderse, sino que tengan interés real en ello. Antes de que la cuerda se rompa, se debe intentar arraigar en la conciencia social la necesidad de hallar una solución. No obstante, es difícil trazar una ruta, aunque podemos intuir ciertas piezas del rompecabezas.

Por un lado, hay que trabajar sobre la idea de la sobreexplotación de los recursos naturales. El reciclaje y los materiales biodegradables son sólo pequeños faros en un mar de posibilidades. Impulsar la investigación encarada hacia esta temática es absolutamente vital.

Otro elemento clave es el valor de la eficiencia. No debe tratarse de producir más por menos ni de anteponer la calidad y durabilidad de un producto ante viento y marea. Puede ser que la solución sea mucho más trivial. Emplear los recursos de la manera correcta para crear el producto más eficiente posible. Esto pasaría por un aumento de los productos sustitutivos en la oferta de un mercado y permitir elegir a la demanda.

Por último, resultaría conveniente hacer un llamamiento a la ética de los negocios. Es vital dar una nueva dimensión al término. El espaldarazo puede llegar a golpe de legislación, implantando penas económicas que se ajusten al daño infligido a la sociedad. La frase “me compensa pagar la multa” no tiene cabida en un sistema de producción comprometido socialmente. De cualquier forma, tampoco parece justo, como se indicaba con anterioridad, que las empresas asuman todas las sanciones. ¿El individuo? Es igualmente responsable, pero entraríamos en un terreno demasiado peligroso…

La obsolescencia programada es un problema global. No se trata de volver a las cavernas y hacer fuego con las piedras. Al contrario. Superar este desafío requiere que la raza humana lleve su ingenio al siguiente nivel y sea capaz de reinventarse. Hasta entonces, frenar sus efectos depende de nosotros. De hacer un uso responsable de nuestro consumo y de exigir la misma responsabilidad a las empresas e industrias. Cambiar el “¡No puede ser!” por el “¡Se me está muy bien!”.

Este texto corresponde a la Práctica 2 de la asignatura Ética y Deontología Periodística de 4º curso en el Grado de Periodismo. El contenido está basado en el siguiente documental "Comprar, tirar, comprar".




Enlaces
Encuentros digitales: Charla con Cosima Dannoritzer, directora de "Comprar, tirar, comprar"
Fabricados para no durar
Así funciona el modelo de derroche (el blog salmón)
Brooks Stevens, impuslor de la obsolescencia programada en los 50 (en inglés)

martes, 13 de septiembre de 2011

Proyectos que se quedan a medias

Mi historia es tan increíble que no tengo claro por donde empezar. En una maniobra llena de arrojo por innovadora, y aún a riesgo de romper la estructura consensuada por los muy ilustres señores de la escritura, empezaré por el comienzo.

Recuerdo a la perfección hasta el más mínimo detalle de aquella mañana. Era un lunes o un jueves de entre octubre y diciembre. Me desperté algo nervioso porque esa misma tarde empezaba un cursillo del INEM para perfeccionar mi caligrafía de ruso. Algo que, sin duda alguna, me resultaría tremendamente útil el día en el que pudiera retomar mi carrera como profesor de harmónica. El reloj de cuco del salón-comedor-baño-cocina de mi apartamento marcaba las nueve en punto. Aunque en realidad no es una referencia del todo válida teniendo en cuenta que nunca le di cuerda y que las manecillas no se movieron jamás.

El caso es que tras vestirme apresuradamente y desayunar un buen vaso de leche entera (lo sé, soy un temerario) me dispuse a salir a la calle. Tenía prisa por sellar la quiniela de la jornada. Mientras bajaba las escaleras de tres en tres aún planeaba cierta inquietud en mi sesera. “¿Debería haber puesto el triple en el Alcorcón - Huesca?”

Tal fue el poder de concentración alcanzado para deliberar semejante disyuntiva que en el instante de cruzar el umbral del portal ni siquiera tomé conciencia de que estaba lloviendo. Ni de que una amenazante, agazapada y tremenda boñiga del mastín del Pirineo de la señora Royo presidía, no sin cierta elegancia, el primero de los siete escalones que van a parar a la acera. Excremento de animal y superficie resbaladiza. Aterradora combinación.

Naturalmente, sucedió lo inevitable. Como si tuviera vida propia, mi pierna izquierda salió catapultada hacía delante al sentir el contacto con la desagradable mixtura quedando aproximadamente a la altura de mí nariz. Instintivamente, el resto del cuerpo, sorprendido por las ansias de independencia de la extremidad inferior, intentó retener su camino a la libertad tirando de ella hacia atrás. Frente a tal desalentador panorama, la otra pierna, la diestra, asumió heroicamente la misión de bajar ella solita los siete escalones de vez. Por muy espectacular que resulte contarlo, la realidad es que en vivo y en directo el espectáculo resultó de lo más triste. Y, lamentablemente, el tozolón fue inevitable.

Con el comprensible susto recorriendo cual escuadrón de hormigas carnívoras mi espina dorsal, y con un incesante e incontrolable tembleque corporal, recuperé la verticalidad (para los que no les guste el fútbol, esto significa ponerse de pie). Inmediatamente, me alarmé al sentirme más ligero de lo normal. Claro que el hecho de que al darme la vuelta contemplase mi cuerpo inerte tumbado en la acera rodeado de curiosos no contribuyó precisamente a apaciguar mi espíritu.

Fue entonces cuando casi al mismo tiempo escuché un fuerte frenazo a mi espalda. Me dio tal susto que incluso olvidé que acababa de morir en el accidente más ridículo de la historia de los accidentes ridículos. Se trataba de un taxi que se había detenido justo delante del portal. De su interior bajó un señor muy raro. Vestía una especie de hábito de monje negro, con su capucha y todo. Le costó un poco abandonar el vehículo porque la guadaña de dos metros y medio que portaba le dificultaba la maniobra de salida. Al tercer intento lo consiguió. El taxi arrancó y se marchó calle abajo. 

El desconocido avanzó con paso cansino hacia mí hasta que alcanzó la distancia que la Universidad de Carolina del Este ha estimado tras años de costosos estudios como la óptima para iniciar una conversación (1,23 metros entre nariz y nariz). Entonces sacó de su bolsillo un papel arrugado, se puso unas gafas que juraría que eran idénticas a las que Buenafuente llevó en el programa de la noche anterior y con una voz como la de la niña del exorcista el día después de su paso de ecuador se dirigió hacia mí.

(¿Continuará?)