martes, 25 de octubre de 2011

¿Recuerdas cuando el deporte era deporte?


Me refiero a cuando un deportista no era más que eso, un deportista. A cuando el deporte era una afición por encima de una profesión. A los tiempos en que cada pasito, por pequeño que fuese, se consideraba una gesta. A los tiempos en los que las leyendas se forjaban en las carreteras y las montañas. En los cuadriláteros y en las piscinas. En las pistas de atletismo y los terrenos de juego. No en el papel, ni en majestuosas campañas publicitarias.

Visto así, cualquiera puede pensar que un servidor peca de un fácil y manido victimismo. Que me dejo llevar por el argumento ventajista, cargado de un rancio aroma nostálgico, resumido en que cualquier tiempo pasado fue mejor. Que los ídolos de hoy pintarían la cara de las estrellas de ayer. Y yo no lo dudo. Pero me apetece hacer un ejercicio de memoria.

Hablo de otros tiempos. De cuando eras niño y te dominaba esa emoción indescriptible al abrir el sobre de cromos. Esa colección por la que sentías una devoción pura, casi bíblica. Esos jugadores con pinta de todo menos de futbolistas. Nombres como Rafa Paz, Sánchez Jara, Carlos Muñoz Cobo o Tato Abadía vienen a mi memoria. Cuestión de generaciones, pero entendéis a lo que me refiero.

Tiempos en los que el Madrid confiaba en quintas forjadas en casa y mi Athletic luchaba por títulos. No hace tanto de eso como parece. Sólo hay que remontarse a antes de la dichosa ley Bosman. A cuando la Champions era la Copa de Europa, la Europa League la UEFA, la auténtica, y aún no habían asesinado a la Recopa. A cuando equipos como Ajax, Benfica, Celtic o Estrella Roja acongojaban en Europa. A cuando Boca era Boca, River era River y la liga argentina un campeonato de primer orden mundial.

¿Te acuerdas o no? Antes de que se jugara con los socios, mercadeando con sus derechos y sacrificando sus intereses en pos del mercado asiático. Hablo de pretemporadas y stages, no de giras recaudadoras. De cuando los niños de Zaragoza eran del Real Zaragoza y pedían un balón de reglamento por su cumpleaños, no las botas de Cristiano o de Messi.

Recuerdo los tiempos en los que los resúmenes de los partidos protagonizaban las noticias del lunes. No como ahora, donde la liga bipolar se extiende a los medios de comunicación y el resto de los equipos son ninguneados. Las portadas informativas ya no existen. Han dado paso a otras que rayan lo sectario, traspasando la frontera de lo ofensivo y que fomentan el odio. Se ve que venden más…


Pienso más allá del fútbol y no me muevo de mis trece. Aquel mordisco de Tyson a Holyfield, por ejemplo, dio la vuelta al mundo como un hecho vergonzoso que horrorizó a la opinión pública. Hoy día, igual no pasaba de video cachondo con el que cerrar la sección. La gente de a pie no sabe cuantos oros tienen Michael Phelps o Gervasio Deferr, pero saben que en sus horas muertas le dieron al canabis.

En mi autocrítica, intento concentrarme en disciplinas desinteresadas que puedan sacarme de mi planteamiento. Prácticas deportivas caracterizadas por el espíritu de superación y la donación absoluta de quienes las practican. Me acuerdo de Pepe Garcés o Iñaki Ochoa de Olza, pero hasta algo tan bello como el montañismo ha quedado manchado en fechas recientes. El circo de Miss Oh y Edurne Pasabán en su carrera por ser la primera mujer en hollar los 14 ochomiles fue bochornoso…

Y en estas, me acuerdo del gran ídolo de mi infancia. Aquel al que considero el deportista, con mayúsculas, de la historia de España: Miguel Induraín. ¡Lo que era el ciclismo! Y en lo que lo convirtieron, no tiene perdón. El blanco fácil para que gente como Jaime Lissaveztky se colgase medallas en la cruzada de la lucha antidopaje. Siempre me ha hecho gracia esta expresión. Un algidol para tratar un resfriado con 1.000 kilómetros en las piernas es positivo. Administrar una hormona de crecimiento a un chico de 13 años para que mida 12 centímetros más, no. Cosas curiosas, cuanto menos.

Repito que no es mi intención menospreciar el talento de los deportistas actuales. No se puede caer en el error de comparar tiempos o generaciones. Pero me acuerdo de ver a Senna, los primeros años de Schumacher y mi querido Damon Hill. Sacar un punto en la F1 de aquella época era una heroicidad. Ni me quiero imaginar como seria con los Fangio o Nuvolari. Negar ese componente épico, que bien cierto es que aún hoy persiste en el mundo del motor, es ponerse una venda ante la evidencia. Para mí, el punto de Pedro Martínez de La Rosa en su primera carrera con Arrows vale más que su segundo puesto con el McLaren en Hungría.

Me acuerdo de lo difícil que era llegar, fuese el deporte que fuese. De ahí, el mérito que la historia debe reconocer a los pioneros. A Seve Ballesteros, al que Txema cogería el relevo, y gracias al cuál se descubrió un nuevo deporte en nuestro país. También Paquito Fernández Ochoa y su hermana Blanca abrieron un camino que, a excepción de María José Rienda, apenas ha tenido quien lo continuara. Carlos Sainz y Luis Moya… qué decir.

En resumidas cuentas, hablo de un tiempo en el que palabras como “jeque”, “galáctico”, “clenbuterol” o “merchandising” eran ajenas al deporte. Un tiempo en el que el honor y la victoria eran lo más importante. Un tiempo en el que no se mezclaban “churras con merinas”. Un tiempo de leyendas y mitos, no de iconos. Un tiempo que, en pequeñas dosis, aún perdura en jugadores como Ryan Giggs, en el tercer tiempo del rugby o en competiciones tan mágicas como la Ryder Cup. Un tiempo en el que el deporte era deporte, y nada más.

Dedicado a la memoria de Marco Simoncelli



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jueves, 20 de octubre de 2011

Porque eres Juan José Padilla


  • Porque el terror de aquella trágica estampa me hizo llorar como un niño pequeño frente al televisor.
  • Porque agarraste las “frías” sabiendo lo que había. Con honestidad, torería y bragueta.
  • Porque, mientras cundió el pánico, no podía evitar acordarme de la entrevista en el callejón hacía unos minutos.
  • Porque inmediatamente hallé refugio en el tantas veces probado axioma que dice que los toreros estáis hechos de otra pasta.
  • Porque aquella zapatilla abandonada en el albero era el pedacito de alma que cada aficionado sintió que le habían arrancado.
  • Porque Miguel Abellán no lloraba sólo.
  • Porque cada plaza de toros tiene su ángel de la guarda. En este caso, el doctor Val-Carreres.
  • Porque la grandeza de la fiesta camina de la mano junto a la verdad del espectáculo. De la nada a la gloria, de la gloria a la nada. Así ha sido siempre.
  • Porque nadie quería creer aquel primer parte médico. ¡Qué coño! ¡Hablamos del Ciclón de Jerez!
  • Porque en la tensa espera, repetí una y mil veces el lance en mi mente. Y siempre salías andando.
  • Porque espontáneamente y al unísono, profesionales, periodistas y aficionados nos fundimos en un sólo grito.
  • Porque fuimos muchos los que te acompañamos en la madrugada, haciendo toda la fuerza posible, a la espera de buenas noticias.
  • Porque desde el Servet confirmaron el milagro. El más importante. Ahora vendrán más.
  • Porque aquellas primeras palabras a tu apoderado demuestran que nada ha cambiado en ti.
  • Porque la ciencia de la medicina aún no ha dicho su última palabra.
  • Porque tu recuperación es increíble. Y la fe mueve montañas. Además tienes corazón de león ¡cojones!...
  • Porque amas al toro y a tu profesión. Y siempre has estado a las duras y a las maduras.
  • Porque el apoyo de tu familia y los tuyos no te faltará nunca. Ellos también han sido un ejemplo estos días.
  • Porque volverás ha vestirte de luces y todos celebraremos el día en el que tu sonrisa ilumine de nuevo el ruedo.
  • Por muchas cosas más que siento, y por otras que se me escapan. Por que eres Juan José Padilla, y con eso basta…

Mucha fuerza, maestro.



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"Volveré a vestirme de torero"
"De la profesión de torero uno no se va, le echan"
"El valor de un torero", Juan José Padilla en 75 Minutos

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martes, 18 de octubre de 2011

El dilema: laberinto de la ética profesional


(Advertencia: la siguiente entrada contiene spoiler)

El dilema (The insider) es una película norteamericana de 1999 dirigida por Michael Mann (El último mohicano, Heat, Enemigos públicos) y protagonizada por Russell Crowe (Gladiator, L.A. Confidential, Una mente maravillosa) y Al Pacino (El padrino, Scarface, Esencia de mujer). El guión está basado en un caso real por el que la tabacalera Brown & Williamson fue condenada por la justicia americana al demostrase que añadían conscientemente sustancias adictivas al tabaco para aumentar el grado de dependencia de los fumadores.

Lowell Bergman, productor del programa de la CBS “60 Minutos”, está preparando un reportaje relacionado con accidentes caseros provocados por cigarrillos. En su búsqueda de fuentes, logra ponerse en contacto con Jeffrey Wigland, antiguo bioquímico de Brown & Williamson. Pronto entenderá que su nuevo confidente posee una información mucho más valiosa que encierra un terrible secreto. Sin embargo, para destapar la verdad, Bergman y Wigland deberán recorrer un lúgubre y desesperante laberinto que entrelaza los intereses e influencias de la tabacalera y de la propia cadena de televisión. Una encrucijada en la que la ética profesional jugará un papel determinante.

Análisis de las conductas de los personajes y entes principales

Jeffrey Wigland, ex-directivo de Brown & Williamson (Rusell Crowe)

Estamos ante el personaje más complejo del film. Wigland muestra su disconformidad a la compañía cuando descubre el secreto sobre los componentes adictivos añadidos intencionadamente a los cigarrillos. Sin embargo, acepta un sustancioso acuerdo de despido a cambio de respetar una cláusula de confidencialidad sobre su labor en la empresa.

A la hora de tomar está decisión, es conveniente recalar en su situación personal. Wigland es padre de familia y una de sus dos hijas precisa de tratamiento médico por una dolencia crónica (problemas respiratorios). Ante tal tesitura, decidir qué es lo correcto resultaría una ardua tarea para cualquier ser humano. Por un lado, moralmente, existe el sentimiento del deber. Revelar una información de interés para la sociedad, y nada menos que relacionado con la salud pública. En sus manos está el poder de denunciar una práctica empresarial que engloba un entramado de pactos y engaños entre las tabacaleras. Pero, por otro lado, no puede perder de vista su propio interés. Como cabeza de familia, tiene la obligación de velar por el bienestar de los suyos.

En este sentido, el miedo juega un papel clave. Es lógico pensar que, como individuo, poco o nada puede hacer ante el engranaje de la compañía. La influencia y el grado de poder de las tabacaleras es incuestionable. Hasta la fecha, habían salido indemnes de cualquier proceso legal. Además, estamos hablando de empresas que anteponen sus beneficios por encima de los perjuicios que sus acciones puedan causar a millones de personas. ¿Qué no estarán dispuestas a hacer frente a un único individuo que amenace su posición? Uno contra el mundo. Un ejemplo perfecto para definir la soledad en toda su crudeza.

Sin embargo, al conocer a Lowell Bergman, la percepción de Wigland va cambiando progresivamente. El apoyo y el respaldo que le brinda el periodista hacen que, poco a poco, el miedo vaya desapareciendo. Precisamente porque Wigland siente que no está solo. Que hay personas dispuestas a escucharle. Y es así como su sentido de la responsabilidad, sus valores éticos profesionales y el deber moral de contar lo que sabe, se van imponiendo en su cabeza. Hasta el punto de tomar la determinación de llegar a donde sea necesario con el fin de desvelar la verdad. Sin ceder a chantajes, extorsiones o incluso al distanciamiento de su familia.

El fantasma de la soledad, el miedo convertido en pánico y la desesperación aflorarán de nuevo con el cambio de postura experimentado por la cadena de televisión. Pero incluso en los peores momentos, al sentir la determinación y el apoyo incondicional de Bergman, recobra la convicción en sus creencias. Como él mismo dice: “Sólo quiero que mis pequeñas entiendan el día de mañana lo que hizo su padre”.


Lowell Bergman, productor de “60 minutos” (Al Pacino)

Bergman es un veterano periodista que durante toda su carrera ha creído firmemente en su profesión. Esto pasa por contar íntegramente historias de interés para la sociedad. Tiene un sólido código ético profesional y un gran sentido de la responsabilidad de su trabajo. Y como buen periodista, el trato que dispensa a sus fuentes es de manual de código deontológico.

Como dice en la película a sus compañeros, “todo lo que tenemos es nuestra reputación”, refiriéndose al periodismo. Es una frase que, no por manida, deja de ser el pilar fundamental de todo profesional de la comunicación. En realidad, es perfectamente aplicable a cualquier ser humano. Basta una duda, un error, un vacile… y todo queda arruinado. La credibilidad es un bien que no puede comprase. De ahí su empeño por aproximarse cuanto sea posible a la verdad. Cuando se produce el bandazo de política en la cadena de televisión, Bergman permanece fiel a sí mismo, cuando lo más “cómodo” hubiera sido tragar con las directrices y abandonar a su fuente para salvar el pellejo.

La convicción en sus valores contagia a Wigland, que llega a confiar ciegamente en él. Curiosamente, es el mismo sentimiento el que le lleva a dejar la profesión una vez que todo acaba. “Qué le voy a decir a mis fuentes. ¿Qué están a salvo? ¿Qué puedo protegerlas?”.


Las empresas tabacaleras

Son presentadas como compañías sin escrúpulos que se rigen por la obtención de beneficios a cualquier precio. El concepto “responsabilidad social” es algo que desconocen por completo. Acometen prácticas desleales y pactos que contravienen los principios fundamentales de la ética de los negocios. Funcionan como un oligopolio siniestro que recurre al engaño y la extorsión para alcanzar sus fines. Se hace especial hincapié en señalar que su peso específico en la economía les otorgaba una posición de casi plena inmunidad ante las leyes. En definitiva, son el paradigma de la mala praxis empresarial.

Mike Wallace, presentador de “60 minutos” (Christopher Plummer)

Poco o nada tiene que ver su conducta con la de Bergman. Wallace es un presentador vanidoso y egocéntrico al que únicamente le importa conseguir buenos reportajes para beneficio propio. Si bien transmite la confianza necesaria a Wigland antes de la entrevista, su apoyo no va más allá de lograr que éste hable. No tiene inconveniente en dejarle tirado cuando la directiva rechaza la inclusión del testimonio en el reportaje. Su reacción de apoyo Bergman llega tras ser ninguneado por su propia cadena en un informativo. Es decir, es su ego herido el que toma el control.

Wallace podía haberse solidarizado con Bergman mucho antes y, juntos, sacar el reportaje íntegro a emisión. Su conducta lo destapa como un comerciante de la información al que sólo interesa mantener su prestigio. No obstante, Wallace sabe que su lucimiento no sería posible sin el trabajo y compromiso de Bergman, y por ello trata de convencerle sin éxito de que no abandone la profesión.


La dirección de la CBS

El proceder de los directivos de la cadena muestra a la televisión como un ente voluble e influenciable ante los factores económicos. En ocasiones, se acusa a la prensa de estar al servicio de sus anunciantes. Lo que refleja la película no es más que esta idéntica afirmación elevada a su máxima expresión.

Con toda seguridad, si buscamos en los estatutos sociales de cualquier empresa de comunicación encontraremos como elemento común la búsqueda y defensa de proporcionar información veraz. En este caso, la CBS opta por ofrecer una información parcial movida por intereses económicos. De igual forma, no respalda el trabajo de sus periodistas, coartando su trabajo.

Como dice Bergman, “somos nuestra reputación”. La imagen y credibilidad de la cadena de televisión queda tremendamente dañada.

Mis impresiones

De los hechos narrados en la película, hay una serie de actitudes y comportamientos que merecen un análisis más profundo.

Anteriormente se ha comentado la zozobra moral de Wigland. El debate interno al que está sometido desde el primer momento. Es tremendamente interesante incidir en cómo varía su forma de actuar. La soledad puede llegar a anular a un ser humano. Por el contrario, cuando nos sentimos respaldados y vemos que los demás depositan su confianza en nosotros somos capaces de afrontar lo que sea. Nuestra percepción de la realidad cambia sustancialmente.

No obstante, partiendo del manifiesto interés que tengo por el ámbito de la información, prefiero hacer hincapié en otros puntos y personajes de la trama. Principalmente en el comportamiento de Bergman frente a la junta directiva de la cadena de televisión. Resulta loable e inspirador que un periodista tenga tanta fe en lo que hace. Digamos que hace religión de su profesión. Eso sería imposible de no amar lo que hace. Y probablemente, esa sea la diferencia entre él y Wallace o los directivos.

Lo que hace incorruptible a Bergman es el amor y respeto que siente por su trabajo. Su percepción del compromiso social que implica ser informador está por encima de cualquier cosa. Por encima del ego personal de Wallace, por encima del dinero que no quieren perder los directivos e incluso por encima de sus propios intereses.

Igualmente, es ese mismo respeto, ese férreo código deontológico por el que se rige, lo que le lleva a dar ese tratamiento a sus fuentes. Él sabe que un periodista no es nada sin ellas. Por eso no abandona a Wigland. Por eso termina dejando su profesión. Cuestión de coherencia. Por que ya no puede sentir el respeto y el amor que siempre había sentido por el periodismo, ni es capaz de garantizar a sus fuentes que les va a dar el trato que merecen. De nuevo nos encontramos con su máxima: “Somos nuestra reputación”. Y la suya, por vez primera, tiene mácula.



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martes, 11 de octubre de 2011

El ingreso de Palestina en la ONU

Esta entrada corresponde a la presentación de un trabajo de la asignatura Relaciones Internacionales en el Grado en Periodismo de la Universidad San Jorge. La propuesta consiste en elaborar una revista de prensa durante 15 días que recoga aquellas noticias relacionadas con la solicitud de ingreso de Palestina en la ONU. Además, se presenta un informe final donde el alumno debe plasmar sus impresiones. El objetivo es entender el concepto "choque de civilizaciones" y su influencia en los conflictos globales.

Press clipping

23/09/2011

El Mundo, María Ramírez (corresponsal en Nueva York): Palestina pide ingresar en la ONU e Israel ofrece negociar 'ahora' 



24/09/2011


El País, Sami Naïr: Obama el electoralista


25/09/2011




26/09/2011




27/09/2011

El Mundo, Sal Emergui: La sátira del conflicto



28/09/2011


El País, M. Á. Bastenier: La jubilación de Abbas


29/09/2011

El Mundo, Javier G. Gallego (corresponsal en Bruselas): El Parlamento Europeo apoya la solicitud “legítima” de Palestina en la ONU



30/09/2011


ABC, Patricia Alonso: Sebag Montefiore: “Jerusalén puede desaparecer en 40 años”

01/10/2011

El País, Ángel Luis Ramos: Palestina, en la ONU


02/10/2011


El País, Bernard-Henri Levy: Contra una demanda palestina

ABC, Jorge Trías Sagnier: “¡Le haim, Mauricio!”

03/10/2011



04/10/2011


El País, Ignacio Sotelo: Los tres perdedores

05/10/2011




06/10/2011

El País, Shlomo Ben Ami: Israel y Palestina en la ONU

08/10/2011





Informe final

El término “choque de civilizaciones” fue acuñado por vez primera en 1993. Samuel Phillips Huntington, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard, pronosticaba un panorama internacional en el que los estados- nación seguirían siendo los actores más poderosos. No obstante, los principales conflictos globales serían fruto de los roces surgidos entre naciones y grupos de naciones pertenecientes a diferentes civilizaciones.

La petición del Estado palestino de ser aceptado como miembro de pleno derecho en la ONU pone de manifiesto la vigencia de la teoría de Huntington. Basta con repasar las noticias seleccionadas para llegar a un entendimiento de la problemática surgida. Palestina reúne todos y cada uno de los elementos que definen un territorio como nación (historia, cultura, idioma…). Sin embargo, el trasfondo de la cuestión va mucho más allá.

La posición geográfica de Israel y Palestina, puerta a oriente próximo, no debe pasar desapercibida. El líder de occidente, los EEUU, tiene una postura pro-israelí muy definida. El hecho de mandar una notificación por carta a 31 países solicitando el rechazo al ingreso de Palestina es clarificador. Así como el manifiesto público en el que indica que no dudará en ejercer su derecho al veto. La razón radica en mantener un territorio aliado en la zona de mayor influencia musulmana. O lo que lo mismo, la perdida de control en un enclave tan importante.

Es precisamente la posibilidad de que EEUU pierda peso en la zona, más allá de la casuística palestina, lo que mueve a Rusia o China a posicionarse claramente a favor del ingreso solicitado. Los pueblos musulmanes, por descontado, apoyan incondicionalmente la propuesta.

Mientras tanto, en Europa, se toma una posición más cauta. Si bien países como Francia, en palabras de Sarkozy, han tomado una postura muy definida, otros como España prefieren dar mayor importancia a reanudar el proceso de paz. Aunque eso no implica que no se hayan pronunciado al respecto.

En definitiva, que la solicitud de Mahmud Abbas ahonda aún más en la herida de un frente de las relaciones internacionales ya de por sí bastante desgarrado. Los intereses de las diversas civilizaciones en la zona, y el poder que ejercen en ella, dificultan llegar a una resolución rápida. Así que, a falta de dos días para que finalice el plazo pedido por el Estado palestino, es más que probable que la decisión se demore en un plazo de tiempo indefinido.



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Obamaworld (el blog de Jordi Pérez Colomer)
Blogoterráqueo (El Mundo)

lunes, 3 de octubre de 2011

La delgada línea roja


Dos adolescentes se conocen en una fiesta. La conversación es agradable y poco a poco ambos sienten una atracción recíproca. Buscan un lugar más íntimo lejos de otras compañías. Entonces, ya más cómodos, comienzan a proponer prácticas sexuales. Penetración vaginal, sexo anal, masturbación con juguetes eróticos…

Esta es la situación que un juego educativo online, elaborado por Cruz Roja Juventud, proponía a los jóvenes españoles de 15 años en marzo de 2010. La financiación del proyecto corrió a cargo del Ministerio de Sanidad, mientras que Educación recomendaba su aplicación en las aulas como apoyo para la materia de educación sexual. El fin didáctico era concienciar sobre la importancia del uso del preservativo para prevenir enfermedades venéreas.

El asunto desató una tremenda polémica. La organización “España Educa en Libertad” denunció que el videojuego promovía la promiscuidad y las perversiones sexuales entre niños y adolescentes. Su portavoz, Inmaculada López, argumentó lo ridículo del mensaje al entender que la única directriz que se daba a los jóvenes era que llevaran siempre preservativo, anteponiéndolo como un dogma frente a una sexualidad sana y natural. Además, López mostró su preocupación frente al hecho de que la asignatura de educación sexual fuera obligatoria a partir de 2011 para alumnos de 11 años.

El resultado fue que el videojuego se retiró de la circulación ante la controversia generada. No obstante, sirvió para despertar las protestas de aquellos que interpretaban que el gobierno estaba imponiendo una materia que no correspondía al ámbito escolar. Y, por el efecto carambola, la imagen de Cruz Roja se vio perjudicada al ser considerada “cómplice”.

Lo sucedido en 2010 es tan sólo uno de tantos ejemplos que ponen de manifiesto la imposibilidad de que una ONG mantenga su independencia de operaciones recurriendo a ingresos públicos. Por definición, y a riesgo de caer en una perogrullada demasiado simple, “no gubernamental” implica que no existe intervención de ningún tipo por parte del gobierno. Y no hay mayor elemento de control que ser partícipe directo de la fuente de financiación de una organización. 

Es comprensible que en un contexto económico poco boyante, el altruismo y generosidad del prójimo no basten para sustentar una organización de esta naturaleza. Por eso, no son pocos el número de sociólogos que advierten la absoluta necesidad de que las ONGs sean autosuficientes para garantizar su autogobierno. Que sepan gestionar sus recursos económicos y no dependan en demasía de las donaciones. La dirección responsable, encaminada hacia unos objetivos concretos y realistas, son las vías que permiten la autogestión. Pero la economía aprieta y no siempre se encuentran los recursos que uno querría.


Ante la adversidad y el riesgo de desaparición, las subvenciones son una salida demasiado tentadora. Pero, como en el caso de la Cruz Roja y su videojuego, se convierten en un arma de doble filo. ¿Qué reputación le queda a un ente, supuestamente independiente, que somete sus acciones al servicio del gobierno tras recibir un dinero por ello?

Sin embargo, cercenar la independencia de la organización no garantiza la supervivencia. Es el caso de “Paz Ahora”, primera ONG desahuciada en España por impago a la inmobiliaria de su sede. El portavoz de la organización, Julio Rodríguez, declaró que: “Estamos esperando el dinero prometido de las subvenciones, pero no llega. Cuando las administraciones no cumplen con su parte no sucede nada; cuando somos los pequeños los que no cumplimos con los pagos, nos ponen en la calle”.

Esta, en definitiva, es la historia de la encrucijada continua en la que las ONG se ven inmersas. Ser fiel a la razón social o aceptar una intromisión que brinde un beneficio puntual. Anteponer los principios o asegurar los recursos. Independencia o supervivencia… la delgada línea roja.


¿Sería posible que Amnistía Internacional pudiera poner en marcha campañas como esta si dependiera de alguna subvención del gobierno de Perú?