martes, 2 de noviembre de 2010

Adiós TORERO

Que cierto es aquel viejo y maldito dicho: “Algunos nacen con estrella, y otros estrellados”. El destino, caprichoso él, depara muchas veces que la desdicha se cebe con quienes tan sólo le piden a la vida ser felices. Por encima de estatus y renombre. Por encima de gloria y parné.

Maldigo el 24 de junio de 2008. Aquel par de banderillas que te hizo ver el rostro de la parca y que movilizó de inmediato los focos de quienes alumbran los sucesos del día a día. ¡Que injusticia! Que sólo ante semejante desgracia vuelvan sus ojos para señalar con el dedo y cuestionar el porqué.

El 12 de octubre, no la fecha si no el lugar, fue la fuente de la que debían manar los mensajes de esperanza. Y aunque te mantuvieron entre nosotros, nada pudieron hacer para que tus piernas recobrasen el vigor que durante tantos años mostraste ante la cara del burel.

Eso fue lo que llenó de tinta el papel. La tragedia de un hombre que persiguió y compartió sus sueños de niñez junto al gran maestro José Miguel Arroyo. Que mostró la grandeza suficiente para afrontar que, ante la imposibilidad de cumplir ese sueño, sólo podía vivirlo tan de cerca como fuese posible para ser feliz. Y compartirlo y sentirlo con los suyos. Los que de verdad llevaba en su corazón detrás de cada paseíllo.

Sin embargo, en medio de la fatalidad, nos permitiste ver la luz de la humanidad. Es lo que tiene hacerse querer por quienes te rodean. Es lo que tiene ser buena persona. Tu querido y admirado “Fundi” movilizó el olimpo taurino para abanderar tu causa y ser tus brazos y tus piernas. Y todos sentimos, aunque fuese por un momento, que en aquel festival de Vistalegre había felicidad plena en tu rostro.

Dos años más has estado con nosotros. Cruel es el tiempo, porque hace que las cosas se olviden. Ya lo ha dicho José Pedro: “quizás se pudo hacer algo más”. No lo sé. Quizás si. Pero de todo se aprende. Y lo que ahora toca es no olvidar el ejemplo que nos has dado a todos. Nunca un reproche ni mala palabra. Siempre agradecimiento. Siempre tu mejor sonrisa. Tan buen corazón has tenido que hasta a quien te postró en esa silla le mostraste tu eterno agradecimiento por todo lo que te dio.

Ahí arriba podrás unirte a los Cagancho y Cúchares. Al Gallo y Belmonte. A Ortega y Bienvenida. Y a tantos otros que te estarán esperando con los brazos abiertos.

¡Hasta siempre Adrián!


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