viernes, 12 de noviembre de 2010

Alimentos transgénicos

Entrevista con don Alberto Alcolea Soriano, Jefe del Servicio de Salud Alimentaria y Ambiental de la Dirección General de Salud Pública del Gobierno de Aragón.


“Los alimentos transgénicos que llegan al consumidor tienen, hoy por hoy, plenas garantías”

¿Existen argumentos objetivos que pongan en tela de juicio la comercialización de alimentos transgénicos?
Como Administración Sanitaria no tenemos elementos para tomar decisiones que impidan la salida al mercado de este tipo de productos porque no hay estudios concluyentes que indiquen que sean nocivos o peligrosos para la salud humana. Aunque es cierto existen recelos sobre la posibilidad de que puedan condicionar algún trastorno o mal desarrollo futuro.

¿Qué están haciendo ustedes al respecto?
A parte del programa de control establecido y la toma de muestras, tratamos de hacer cumplir la legislación vigente que permita al consumidor contar con toda la información posible para que sea él quien decida consumir o no consumir. Revisamos el etiquetado de los productos de los establecimientos que comercializan los transgénicos y llevamos a cabo un muestreo anual de prospección en busca de productos que puedan haber obviado la composición. En caso de hallar algún elemento que contenga presencia de organismos modificados genéticamente en cantidades que deberían estar indicadas en las etiquetas se procede a una toma de muestra reglamentaria que lo demuestre. Sólo así puede llegar la sanción pertinente.

¿En qué consiste exactamente el proceso?
Consta de tres muestras precintadas de un mismo producto y con las mismas características. Una queda en poder de a quien se le toma, y las otras dos se las lleva la Administración. Con la primera muestra se realiza un análisis inicial. En caso de dar positivo por lo que buscamos, se informa al infractor que puede encargar un contraanálisis con su muestra en un laboratorio de garantías. De existir resultados contradictorios, se procede a un tercer análisis con la última muestra que será dirigido por una tercera parte y cuyo resultado se acatará de forma definitiva.

Existen agricultores preocupados por la posibilidad de que sus campos sean contaminados por cultivos transgénicos cercanos. ¿Es esto posible?
Lógicamente hay una recombinación genética cuyo porcentaje es muy difícil de determinar. A la hora de vender el producto, una persona que no haya plantado transgénicos puede verse involucrada en algún problema a la hora de vender su producto si sus campos han sido contaminados por los del vecino. Es un tema en el que estamos haciendo nuestros propios estudios.

Volviendo al debate que existe en la calle. Si no existen estudios concluyentes que prueben o desmientan efectos negativos del consumo de transgénicos para los seres humanos, ¿por qué se opta por permitir su comercialización en lugar de aguardar a datos más concluyentes?
Precisamente es por la falta de evidencias científicas que digan que sean perjudiciales. Es similar al caso de las antenas de telefonía o la exposición a ciertos electrodomésticos. ¿Deberíamos prohibirlos porque “se crea que” o “se piense que”? Pudiera ser que si. Pero el desarrollo de la sociedad y el modo de vida que hemos adoptado hacen que sean indispensables en el día a día. Lo contrario sería regresar a un tiempo pasado, que desde luego que puede ser otra opción. Pero, en mi opinión, hay que valorar que los niveles de exposición no sean desproporcionados. Igual sucede con los aditivos de los alimentos para su conservación o los niveles de humos de las ciudades. Si sumásemos la exposición continuada a todos estos factores probablemente los riesgos aumentarían. Pero la realidad es que no hay nada que pruebe terminantemente que por si solos representen un riesgo para nuestra salud. Y no hay que olvidar que la Unión Europea tiene la que quizás sea la legislación más intervencionista con la alimentación que existe. Si detectase el menor riesgo no dudaría en actuar.

Entonces, ¿el ciudadano puede estar tranquilo?
El hecho de que gran parte de los países que formamos el primer mundo vivamos con una legislación común capaz de sacar adelante controles y justificaciones de porqué se hacen las cosas como se hacen en cuestiones de alimentación da bastante seguridad. Si no es un país, es otro el que abre o mantiene líneas de investigación. Es más que suficiente para certificar que los alimentos que llegan a los puestos de ventas tienen, hoy por hoy, plenas garantías para el consumidor. Y en caso de que nuevas investigaciones demuestren taxativamente que los riesgos hayan subido será el momento de tomar las medidas oportunas.

Sin embargo, Francia y Alemania han prohibido el cultivo de una de las variedades de maíz transgénico tras un estudio realizado con ratones que sufrieron daños en el hígado y riñones. ¿Medida real o gesto para la galería?
Estamos ante una contradicción demasiado evidente. No sirve de nada a estos países prohibir el cultivo de un producto si la normativa europea no impide su importación o de otro que lo contenga. Aunque no lo produzcan dentro de sus fronteras, les continúa entrando desde el resto de Europa o Estados Unidos y los gobiernos son los primeros que lo saben. La verdadera medida es continuar con las investigaciones, llevándolas a otros niveles superiores o hasta donde haga falta. Todo lo demás puede ser interpretado como mensajes de cara a la opinión pública para aplacar tensiones de ciertos sectores. Pero en un caso tan evidente como este, únicamente consiguen calmar al que quiere ser calmado.

Un argumento de quienes están a favor de estos alimentos es la productividad de los cultivos. Pero un estudio de la Universidad de Kansas detectó el descenso en la productividad de trigo en los EE.UU. desde que se implantaron los transgénicos.
Lo que se consigue es reducir los costes. La productividad de estos campos pasa por otra serie de factores. La manipulación genética permite inyectar un gen que haga el alimento más resistente a las plagas sin el uso de pesticidas, lo que supone otro beneficio añadido para la salud, y evita que se pierdan cosechas. También es posible cultivar en suelos poco fértiles, aunque de ningún modo los transgénicos son la panacea para acabar con el hambre en el mundo. 

Por el contrario, los sectores que han mostrado su oposición a los transgénicos señalan que, de implantarse mayoritariamente, la producción mundial de alimentos se convertiría en un oligopolio. ¿Es así?
Una cosa son las presiones económicas y otra las presiones sanitarias. Son las segundas las que tienen que tener peso suficiente para impedir la comercialización de transgénicos. Lo primero es otro debate. Ahora bien, no deja de ser cierto que si los productos transgénicos se generalizaran, la producción mundial de alimentos estaría en manos de muy pocas personas. Pero no nos engañemos, porque las mismas compañías que controlan los transgénicos, no diré nombres, son las mismas que controlan las principales variedades de los alimentos que se comercializan en el mundo. La crisis de aceite de girasol que vivió Ucrania hace un par de años es un ejemplo. Los transgénicos no van a provocar que sean unos pocos los que tengan el monopolio, básicamente porque ya lo tienen.//

¿Cómo se hace un transgénico?



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